Sin Petróleo: la transición postindustrial

A MEDIDA QUE SE APROXIMA EL FIN DE LA ERA DE LOS COMBUSTIBLES FÓSILES ACTUARÍAMOS A FAVOR DE NUESTROS INTERESES SI EMPEZAMOS A TRANSITAR PROGRESIVAMENTE A UNA SOCIEDAD Y UNA ECONOMÍA BASADAS EN EL SOL, EL VIENTO Y LAS MAREAS...

Sin Petróleo

REFLEXIONES ANTICIPADAS

SOBRE ESCENARIOS POSTINDUSTRIALES

 

INTRODUCCIÓN

FUENTES DE ENERGÍA

TRANSPORTES EN REPLIEGUE

COSAS DE ESTE PLANETA

UNA ESPECIE Y DOS SISTEMAS

SUEÑOS DE PAZ Y PETRÓLEO

UNA HOJA DE RUTA EFICIENTE Y DURADERA

VISIONES DEL FUTURO

DE LASTRES Y ESTORBOS

¿QUE HACER?

INTRODUCCIÓN

Frente a la que está cayendo, y a la que se avecina, hay quienes están por hacer lo que sea, donde sea, cuando sea y como sea, con tal de conseguir petróleo. Es evidente que sus tribulaciones irán en aumento: Aunque contasen con nuestras simpatías, que no es el caso, cada vez van a tener menos oportunidades... En el otro extremo estarían quienes, asumiendo por anticipado lo inevitable, decidieran organizárselo todo como si ya se hubiera terminado el oro negro, y se entregaran a la tarea de vivir aprovechando otras fuentes de energía. Estos otros, una vez que alcanzaran dicho objetivo, podrían sentarse a verlas venir... En el mundo real no suele haber casos puros y normalmente encontraremos combinaciones de ambas opciones en desigual proporción. Con toda la modestia posible, y con plena conciencia de sus limitaciones, el presente texto pretende favorecer iniciativas del segundo tipo. Y no por capricho: Cobra fuerza la idea de que acelerar el tránsito desde la actual civilización petrolera hacia una cultura nueva, basada en fuentes de energía diversas y dispersas, va a ser la única forma de evitar que se arme la marimorena...

FUENTES DE ENERGÍA

Una fuente de energía como el petróleo; concentrada y de alta potencia; conviene especialmente a grupos económicos de poder centralizado, que controlándola y distribuyéndola consolidan sus posiciones dominantes. Cuando desde estos grupos o desde su entorno se habla de sustituir al petróleo, se trata en realidad de dar continuidad a esta posición dominante y por lo tanto, de promocionar nuevas fuentes de energía; reales o ficticias; de características similares al oro negro y a los demás combustibles fósiles.

 Podemos dividir estas energías de recambio en tres apartados generales: Las hay que sólo existen en el universo literario de la leyendas urbanas. Antes iban de boca en boca y ahora circulan y proliferan en Internet. Suelen ser disparates sin fundamento científico alguno, que en ocasiones parecen estar diseñados intencionadamente para sembrar falsas esperanzas y promover la pasividad. Otras opciones están a mitad de camino entre la realidad y la ficción, tienen una cierta base científica pero están planteadas de forma engañosa, y la gente espera de ellas mucho más de lo que en realidad pueden ofrecer. Es el caso de la energía nuclear, tanto de fisión como de fusión. En una tercera categoría entran flujos de energía dispersos y de baja potencia, que sería más ventajoso aprovechar de manera descentralizada, pero son captados mediante instalaciones enormes, que los concentran, para luego volverlos a dispersar. Así los grupos de poder centralizado pueden disponer de ellos a potencias relativamente altas, lo que corresponde con su aspiración de predominio. La hidroeléctrica fluvial, la fotovoltaica y la eólica son las fuentes de energía más conocidas de este tipo, pero hay otras, como la hidroeléctrica de mareas, la geotérmica y la biomasa vegetal.

Cuando al principio de la década de los setenta el precio del petróleo experimentó la primera subida importante, los economistas comprobaron horrorizados como el precio de la electricidad nuclear iba detrás. Hasta entonces el átomo estaba considerado como la energía del futuro, pero el futuro llegó y enseguida se vio que no iba a poder ser... Entre quienes explicaron satisfactoriamente las claves ocultas de tan frustrante fenómeno, estuvo H.T. Odum, un ecólogo social muy recomendable, que describió como múltiples flujos energéticos que proceden del petróleo convergen en las centrales atómicas. Estas últimas dependen en gran parte de dichos flujos, y habría que descontar la potencia combinada de todos ellos de la producción total de los reactores para que los números correspondiesen con lo que realmente pasa. Una sociedad hipotética que se abasteciera sólo de la potencia neta de las nucleares, tendría que ser mucho más austera y disciplinada que la civilización petrolífera. Pensemos; por ejemplo; que la gente que trabaja en las centrales no circula en coches movidos por uranio, y come alimentos en cuya producción la energía procedente del petróleo ha jugado un papel fundamental... Si a esto sumamos la desorbitada inversión que se necesita para construir una planta nuclear, el riesgo de accidentes y el problema de los residuos, la energía atómica no pasa el examen: Suspende y no por los pelos. A quienes ya tienen centrales nucleares construidas, de momento, les pueden salir las cuentas. Incluso hay quien piensa mantenerlas en funcionamiento hasta que se caigan a pedazos. Pero cualquiera que diga de construir otras nuevas, o miente o alucina.

El caso de la energía de fusión nuclear es aun más pintoresco. A temperaturas de millones de grados, los átomos de ciertos tipos de hidrógeno, que resultan bastante abundantes, se unen entre sí y desprenden cantidades de energía mucho mayores que los átomos de uranio al partirse. Es lo que sucede cuando explota una bomba termonuclear. Para reproducir este proceso de forma controlada e industrialmente aprovechable, esos millones y millones de grados que hacen falta se convierten en un obstáculo muy serio, que para muchos investigadores incluso en pura teoría resulta insuperable. A pesar de todo esto varios gobiernos de los paises más desarrollados, invierten grandes sumas de dinero en pagar equipos que llevan más de medio siglo intentando domesticar la fusión nuclear sin conseguirlo. Desde el principio están diciendo que es cuestión de veinte años, en esas siguen a fecha de hoy y puede que se queden ahí para los restos. Para algunos la perspectiva de disponer de una nueva fuente energética, aun más potente y concentrada que el petróleo, resulta tentadora, aunque las posibilidades de llegar a algo práctico sean ínfimas. También es cierto que los investigadores que se ocupan de este asunto, procuran que sus trabajos den resultados aplicables a otros campos, como el confinamiento térmico avanzado y tecnologías relacionadas, con lo que al menos consiguen mantener sus empleos año tras año.

El nivel de capacidad tecnológica que se necesita en cada caso resulta deterrminante a la hora de utilizar de forma dispersa y descentralizada los flujos de energía que, descentralizados y dispersos, están disponibles casi en cualquier lugar. La fabricación de generadores fotovoltaicos queda fuera de las posibilidades de talleres pequeños semiartesanales, debido a la complejidad de la tecnología necesaria para obtener silicio cristalino y de gran pureza. Aunque son algo caros puede convenir comprarlos, pero existen alternativas tan sencillas como poco estudiadas: Es posible producir electricidad a partir de la luz solar mediante fotoconcentradores parabólicos o angulares, y turbinas generadoras tanto en circuito cerrado como abierto. Más manejables aun resultan la tecnología de aerogeneración a pequeña escala y también la calefacción solar no destinada a producción eléctrica. Es previsible que en los próximos años se generalice su uso. Otro campo prometedor es la climatización pasiva de locales: Se trata de aprovechar el sol, los vientos y las aguas mediante estrategias de diseño arquitectónico, que consiguen humedades y temperaturas adecuadas a coste mínimo.

Tras las tres primeras décadas de petróleo barato, la biomasa vegetal ha vuelto a ser la fuente energética más cómoda y rentable, como lo fue ya en el pasado preindustrial. Y no es que los vegetales sean especialmente eficientes a la hora de captar y almacenar energía. La clave está en que lo hacen por propia iniciativa y sin necesidad de que intervengamos en el proceso. A sus usos energéticos clásicos; que son la leña, el carbón vegetal y el forraje para animales de trabajo; se añaden varios procedimientos nuevos para conversión en gas metano, en alcoholes y en grasas, que sustituyen a los combustibles fósiles tanto en automoción como en otros campos. A pesar de todo, el uso óptimo y duradero de la biomasa como fuente de energía requiere un alto esfuerzo de disciplina y de responsabilidad: Antes de que los problemas bancarios paralizaran el crecimiento económico, la demanda de los paises emergentes hizo que los precios del petróleo alcanzaran cierto nivel, por encima del cual resulta rentable dejar de cultivar alimentos y dedicar los campos a la producción de combustibles, o también destruir ecosistemas naturales para ampliar la superficie de cultivo. No se sabe lo que es peor... El terremoto financiero cortó esto por lo sano, pero el precio del petróleo siempre tiende a subir, y pronto volveremos a vernos ante una perspectiva similar.

 La obtención de alimentos y agua debería tener prioridad absoluta en la gestión de ecosistemas productivos, y solo deberían ser transformados en energía subproductos como el estiércol, los materiales de poda o la paja sobrante.

El almacenaje de electricidad es un problema que no está completamente resuelto: Hasta las mejores baterías tienen capacidad limitada y pierden carga con el tiempo. Basándose en eso las compañías eléctricas ofrecen la posibilidad de estabilizar la potencia disponible intercambiando electricidad a través de la red: El productor-consumidor da a la compañía toda la energía que produce y recibe de ella toda la que necesita. En otros casos puede incluso vendérsela a la distribuidora. Sin duda esto tiene sus ventajas, pero así nos van a seguir afectando eventuales problemas que pueda haber en la red, y perderemos la capacidad de controlar nuestro propio sistema y de hacer nuestra propia política energética. En sistemas locales o particulares desconectados de la red, las baterías pueden destinarse al almacenaje a corto plazo, mientras que a medio y a largo pueden utilizarse otros medios, como por ejemplo el aire comprimido o el agua almacenada en depósitos a cierta altura, que en su momento moverán las correspondientes turbinas electrogeneradoras. Como el aire, el gas metano se almacena a presión en botellas metálicas convencionales, mientras que el hidrógeno; producido por electrolisis u otros procedimientos; necesita recipientes especiales debido al pequeño diámetro de sus moléculas. La biomasa sólida puede ser almacenada directamente en graneros, cobertizos o incluso a la intemperie, y mantiene sus propiedades energéticas durante meses.

Los sistemas industriales tienden a utilizar una o dos fuentes de energía concentrada y de alta potencia, y a mover con éstas todos sus procesos productivos. Por el contrario los sistemas tecnológicos que aprovechan fuentes energéticas dispersas y de baja potencia, tienen que basarse en una filosofía de organización y de trabajo muy distinta: Para empezar, dado que se necesita obtener cuanta más potencia mejor y con la mayor estabilidad posible, conviene diversificar las fuentes al máximo y también los almacenes. Una granja familiar o comunitaria tendría que utilizar sistemas arquitectónicos pasivos, aerogeneración, fotovoltaica, fotoconcentración, al menos dos o tres modalidades de biomasa, y combinar como mínimo tres o cuatro sistemas de almacenaje. Acostumbrados a movernos entre estructuras industriales, el que no haya un flujo central de entrada puede verse como complicación inconveniente, pero en cambio permite un alto grado de plasticidad y descentralización interna en el sistema que puede resultar muy ventajosa: Cabe asociar directamente puntos de generación y de consumo en función de aquellas características de unos y otros que les hagan especialmente compatibles, quedando como subsistemas independientes o interconectándolos entre sí de diversas formas. Por ejemplo, un generador fotovoltaico pequeño puede destinarse a sacar agua de un pozo en independencia total respecto a los demás aparatos, o estar conectado a las baterías que abastecen la iluminación doméstica, para trasvasarles la energía que le pueda sobrar. También puede resultar ventajoso separar total o parcialmente las líneas eléctricas que abastecen las luces de casa, y diversos grupos de electrodomésticos según las características de la corriente que se precise en cada caso. O separar las baterías correspondientes e incluso los propios generadores fotovoltaicos, fotoconcentradores o eólicos, y establecer entre unos y otros diversos puentes de interconexión opcional, según convenga.

Se ha dicho que la fuente de energía más importante del futuro será el ahorro...

 

Parece exagerado, pero ciertamente todo sistema tecnológico movido por energías dispersas que pretenda ser viable, debe estar optimizado al máximo. Al diseñarlo hay que tener en cuenta múltiples detalles, como las posibles pérdidas por conducción y almacenaje, y la reutilización de flujos residuales como fuentes de energía para otros procesos. Esto tiene especial relevancia en todo lo que se refiere al manejo de agua caliente: Existen revestimientos aislantes para tuberías de calefacción, pero no hacen milagros. Los largos recorridos son enemigos de la conservación de altas temperaturas y si no hay más remedio que hacerlos, conviene organizar las cosas para que el calor perdido vaya a algún sitio donde resulte de utilidad. Otro ejemplo ilustrativo lo dan los fotoconcentradores cuando se dedican a turbogeneración en circuito abierto: El vapor que expulsan puede ser empleado para calentar masas de agua, invernaderos o cualquier otro sistema que lo necesite, pero en ningún caso se debería verter a la atmósfera sin darle uso.

La civilización petrolífera nos ha acostumbrado a delegar funciones y responsabilidades en los grupos de poder centralizado, de modo que la política energética que ejercita la inmensa mayoría de la gente se limita a seguir instrucciones de uso, pagar facturas y, como mucho, protestar cuando nos las suben. Es evidente que con actitudes de este tipo nadie podría gestionar un sistema energético autónomo montado a partir de flujos dispersos... Ya en la fase de diseño es necesario un máximo grado de implicación por parte del usuario, sea este individuo, grupo o comunidad local: Aun cuando confiemos aspectos especialmente difíciles a profesionales cualificados, habrá que hacer valer nuestras necesidades y nuestras preferencias, aportar nuestros conocimientos sobre los condicionantes concretos de nuestro caso y, como mínimo, tendremos que hacernos una visión de conjunto referida a los aspectos técnicos más generales. Lo mismo cabe decir respecto a la fases de montaje, gestión y mantenimiento, para todas ellas deberemos afrontar una tarea fundamental e ineludible: Adquisición de capacidades... En el mundo de las energías dispersas tendrán ventaja quienes desarrollen percepciones generalistas ajustadas a la realidad de su entorno, y a la vez puedan considerarse expertos en la más amplia gama de actividades. Y ya no será cuestión de acreditar un nivel alto para obtener empleo, aceptación o prestigio, si no de algo mucho más serio, que va directamente ligado a nuestros intereses: Tendremos que obtener rendimientos concretos.

La gestión de un sistema energético adaptado a flujos dispersos es un proceso continuo de recogida de datos, toma de decisisones y evaluación de resultados: Debemos saber en cada momento lo que pasa con la luz del Sol, con los vientos, con el desarrollo vegetal y con otros factores del entorno, que puedan influir en el abastecimiento de energía de nuestros sistemas. Y hay que hacer previsiones realistas a corto y medio plazo. Además tendremos que tener una información precisa de como está el propio tecnosistema, prestando especial atención a la energía almacenada en las diferentes unidades de carga y al correcto funcionamiento de todos los componentes. Con ello podremos decidir acciones concretas de gestión o mantenimiento y, sobre la marcha, comprobar si los resultados se ajustan a previsión o hay que corregir errores. Cabe la posibilidad de utilizar tecnologías de la información como auxiliares a la hora de recoger datos tanto del entorno como del sistema. Esto nos permitirá gobernar lo gobernable; que nunca va a ser todo; desde un tablero central de mandos. También podremos delegar las tomas de decisión más sencillas en automatismos periféricos, siempre y cuando tengamos una idea lo suficientemente clara de los procedimientos a seguir, y seamos capaces de resumirlos en protocolos sencillos y eficaces, que puedan ser ejecutados por dispositivos electónicos. El uso de ordenadores convencionales para este fin puede ser ventajoso en muchos aspectos, pero hay que tener en cuenta cuestiones relativas al control de producción y mantenimiento, y a los costes correspondientes: La electrónica clásica; a base de placas impresas, condensadores, resistencias, díodos y estaño fundido; aun tiene mucho que aportar al desarrollo tecnológico.

Va a haber que estar al tanto de múltiples asuntos, y va a haber que desarrollar actitudes pragmáticas y muy resolutivas para avanzar por la era de cada vez menos petróleo, sin volver por ello al medievo o al neolítico. Además; dado que hablamos de un proceso económico dispersivo, que ya ha comenzado; al margen del camino conjunto que tomemos como sociedad; cada persona, grupo o comunidad local; en función de lo que sea capaz; puede verse abocada a situaciones de lo más variopinto. En buena lógica difícilmente podrá responsabilizar de cuanto le pase a otros sujetos...

 

 

TRANSPORTES EN REPLIEGUE

 

Además de la tendencia a sustituir bosques y cultivos alimentarios por campos de biocombustibles, los durísimos pero interesantes meses que precedieron al último terremoto financiero, vieron una huelga masiva de transportistas y un incipiente desabastecimiento de productos básicos, que no fue a más porque el gobierno empleó a las fuerzas armadas para llevar comida a los supermercados. Nos olvidamos con mucha facilidad de todo cuanto pone de relieve la extrema fragilidad de nuestra manera de vivir... Los transportistas tenían trabajo de sobra en aquellos momentos. Si no les salieron las cuentas fué porque el precio de los carburantes se había disparado, debido a que el barril de crudo había superado los ciento cuarenta dólares. En un futuro cercano se alcanzarán de nuevo estos niveles, y no necesariamente porque la demanda internacional crezca y tire hacia arriba de los precios, ni porque inoportunos conflictos regionales reduzcan la producción: Incluso en la actual situación de parálisis económica, los yacimientos de petróleo más accesibles se van agotando, los costes de extracción y transporte se incrementan, y todo esto acaba repercutiendo inevitablemente en los precios de mercado. Es éste un factor estructural de incremento que una vez que ha operado, difícilmente tiene marcha atrás. Y como sucedió entonces, el transporte se verá perjudicado. En una situación de escaso negocio, no podría haber una huelga de camiones con una repercusión tan espectacular como aquella. El resultado será más bien un repliegue lento pero inevitable de las redes de transporte, con todo lo que esto pueda traer consigo.

 

Tanto el transporte de mercancías como el de viajeros son fundamentales para el mantenimiento de las estructuras productivas tal y como están, cosa que por otra parte sería empeño infructuoso a largo o medio plazo. Ya ha cambiado un poco la situación con el despliegue de las redes telemáticas y de la telefonía móvil: Muchos desplazamientos para contactos comerciales, visitas de trabajo y comunicaciones de equipo, que antes resultaban necesarios, y consumían tiempo y combustible, se han suprimido permitiendo ahorrar recursos e incrementar la productividad. Pero esto no es nada comparado con lo que está por llegar: Al final de un no tan largo proceso de repliegue, el transporte de largo recorrido se habrá convertido en algo excepcional y anecdótico, y a gran distancia intercambiaremos datos digitalizados y poco más. En correspondencia las estructuras productivas habrán experimentado una profunda transformación, cuyo rasgo más característico será haber adquirido altos grados de autoabastecimiento a escala comarcal y local. El proceso ya está en marcha y prever las etapas por las que va a ir pasando puede ayudar a la hora de hacer cuentas y elaborar planes. A gran escala los poderes centralizados ya toman posiciones consecuentes con estas previsiones de futuro. Prueba de ello es la importancia proyectiva que se está dando; anticipándose a la jugada; a macropuertos mercantes, terminales de contenedores y grandes ejes ferroviarios. Sin embargo los agentes económicos, casi todos los líderes políticos y la inmensa mayoría de los medios de comunicación, se empeñan en transmitir que todo va a seguir por el camino trazado, que las dificultades actuales son algo pasajero y que esto se resolverá sin necesidad de grandes transformaciones. La proliferación de autovías sin apenas tráfico y la construcción generalizada de aeropuertos decorativos, es a la vez consecuencia y guión de todo este show confusional en el que estamos inmersos. Resulta que para adquirir y mantener posiciones dominantes no basta con saber lo que pasa y lo que va a pasar. Al parecer también hay que procurar que el resto del personal no se entere de nada...

 

La intensidad de los problemas que las diferentes modalidades de transporte irán teniendo, y el plazo que transcurrirá hasta que estos problemas empiecen a notarse, va a estar en función del nivel de consumo; léase despilfarro; de cada uno de ellos. Es previsible que las administraciones aporten inversiones públicas y exenciones fiscales para sostener aquellos sectores y actividades concretas que se consideren estratégicos. Aun contando con esto hay que pensar que la aviación comercial va a seguir teniendo dificultades crecientes. Más compañías darán en quiebra y cerrarán, otras reducirán vuelos, subirán precios, y cada vez serán menos las personas y las mercancías que viajarán en avión. Al cabo de un tiempo es posible que los usuarios habituales de los vuelos vuelvan a pertenecer a esa élite exhibicionista a la que; por lo mismo; se dio en llamar "yet-set". Algo similar pasará con las mercancías: El tráfico aéreo convencional se ocupará solo de las más valiosas y ligeras... Parecida suerte van a correr los automóviles de turismo y, algo más tarde, también los camiones. Hay que hacerse a la idea de que el futuro nos depara un paisaje de carreteras vacías, y quienes sostengan que los motores de hidrógeno o los eléctricos solucionarán el problema, quizás no se hayan planteado cómo nos las arreglaremos para partir tantísimas moléculas de agua o para mover tan enormes cantidades de electrogeneradores: La energía ni se crea ni se destruye, solamente se transforma... Al autobús y a otros automóviles para transporte público de personas, al ferrocarril y a los barcos se les puede augurar mejor futuro, pero sin que por ello vayan a verse libres de dificultades y de cambios significativos.

Van a volver muchos medios de transporte que en la euforia del auge petrolero fueron declarados obsoletos y se exiliaron en el universo de las aficiones excéntricas, del ocio o el deporte: La motocicleta de pequeña cilindrada; bastante más ahorrativa que el automóvil familiar; y el tranvía cobran auge en las grandes ciudades, así como la bicicleta. De nuevo aparecen burros y caballos, como elementos habituales del paisaje rural. El vuelo pasivo, a vela, empieza a despertar un interés comercial que hasta ahora se le había negado, y el atractivo de los globos aerostáticos va en aumento. Hay equipos tecnocientíficos que están trabajando para actualizar el diseño de los dirigibles clásicos, de forma que puedan competir con la aeronáutica convencional en un contexto de energía cada vez más cara. También se investiga a toda prisa para mejorar los sistemas de navegación marina y, en este aspecto, cada vez se tiene más claro que el objetivo prioritario ya no es obtener la máxima velocidad, si no el mínimo consumo energético. Existen prototipos de barcos articulados que reproducen los eficientes movimientos ondulatorios de los peces, y revestimientos elásticos para los cascos que, imitando la piel de los delfines, aprovechan como lubricante los microrremolinos que toda embarcación produce al avanzar. Se diseñan sistemas cada vez más eficientes para propulsar embarcaciones mediante la energía de las olas, del sol y del viento, y a nadie debería extrañar que en un futuro próximo hasta los mayores petroleros se ayuden con grandes y eficientes velas, construidas con materiales de última generación. Todo esto marca la línea que habríamos de seguir para diseñar, construir y gestionar nuevos microsistemas independientes del petróleo, y nos da muchas ideas directamente aplicables en este terreno.

 

Incluso en la perspectiva de la más radical autosuficiencia a escala local o comarcal, siempre habría que disponer de sistemas de transporte y de la energía necesaria para moverlos. Los caballos consumen hierba y podríamos pensar que al hacerlo quitan recursos a los rumiantes y a otros animales destinados a producción de carne. Pero esto no es exactamente así: Al madurar con el tiempo, los pastizales se llenan de hierbas muy fibrosas y con poco poder alimenticio, que los rumiantes rechazan y sin embargo burros y caballos consumen sin problemas. Al eliminar parte de ellas, estos animales favorecen el desarrollo de otras más jugosas y nutritivas, de forma que obtendremos un aprovechamiento máximo, tanto en carne como en fuerza motriz, si hacemos que cada équido comparta prado con una cantidad de rumiantes que en peso sea alrededor de seis veces mayor. Además de colaborar en tareas internas de diverso tipo, burros y caballos pueden servir para trasladar cargas y personas a escala local, y son insustituibles para transitar caminos en no muy buenas condiciones. Para recorridos más largos o cuando existan viales adecuados, convendrán los vehículos a motor. Sin duda será posible estirar la gasolina y el gasoil para cosas importantes durante alguna que otra década, pero si se trata de funcionar sin petróleo antes de que las circunstancias lo hagan obligatorio, habría que ocuparse del metano, los alcoholes y las grasas de sustitución con cierta diligencia. Las instalaciones necesarias no son demasiado complejas y pueden construirse en el marco de una granja familiar, pero puede ser más ventajoso disponer de sistemas mayores y más perfeccionados, gestionados por comunidades locales siempre que se consiga poner de acuerdo al vecindario. Contrariamente a lo que sucede con los combustibles renovables; cuyo uso solo precisa pequeñas adaptaciones en los vehículos; para utilizar la electricidad como fuerza motriz hace falta una tecnología de automoción completamente distinta, pero puede ser interesante según los casos. Parece que la motocicleta eléctrica ya da buenos resultados. Para vehículos de cuatro ruedas el peso de los acumuladores, y las limitaciones de autonomía con que obligatoriamente nos encontramos cuando optamos por aligerarlos, es un problema importante si pensamos en el transporte por carretera, pero no lo es tanto para vehículos de trabajo orientados a tareas internas en granja compleja. Así, por ejemplo, para recorridos fijos en labores de recolección se puede suministrar energía a vehículos eléctricos de carga mediante líneas de cableado. Cabe también utilizar para este fin las cercas eléctricas mediante las que se controla al ganado, si al diseñarlas son tenidas en cuenta ambas funciones.

 

La energía barata y el transporte de largo recorrido permitieron llevar al extremo la especialización productiva de comarcas, regiones e incluso paises enteros: En función de factores complejos; tales como condiciones naturales, predisposiciones de tipo cultural o incluso decisiones de planificación política, que en la época todavía estaban bien vistas; cada zona se dedicó a la producción de una pequeña gama de bienes y servicios para exportarlos y obtener a cambio el resto de lo que necesitaba, que era producido en otros lugares. En agricultura y ganadería los sistemas complejos heredados de la época preindustrial y de la primera oleada de industrialización, fueron sustituidos por monocultivos intensivos que crearon paisajes uniformes; con escasa biodiversidad y casi nula acumulación de biomasa; sobre grandes extensiones de territorio. Esto facilitó el manejo productivo, que pudo realizarse en aplicación de protocolos de actuación relativamente simples. Los consiguientes problemas de inestabilidad estructural se solucionaron provisionalmente introduciendo sobredosis de recursos industriales; como abonos, pesticidas, carburantes y maquinaria diversa; que al principio, en correspondencia con el petróleo barato, estaban tirados de precio. A la vez se ignoraron deliberadamente, mientras se pudo, los impactos medioambientales y sanitarios...

 

La industrialización del campo consistió básicamente en incorporar a la gestión agroalimentaria los criterios de organización y funcionamiento de la industria y los recursos ofrecidos por ésta. Pero la propia industria heredada de la época del carbón y del acero se transformó radicalmente al incorporar petróleo barato, junto a las innovaciones tecnocientíficas forjadas en la primera mitad del siglo XX que permitieron aprovecharlo. Los complejos industriales clásicos estaban mucho más concentrados y localizados, ocupaban ámbitos de escala regional y reunían muchas funciones en estructuras de extensión mediana. Crecieron sobre todo en los alrededores de grandes reservas energéticas o de materias primas, sobre todo minas de carbón y de hierro... Por el contrario el petróleo se encontraba en lugares de escaso desarrollo económico, y una vez extraido se transporta desde éstos a las zonas industrializadas, donde se refina, se utiliza y se distribuye. Y la energía que producía, aplicada al transporte, generó la ilusión de que a efectos prácticos las distancias desaparecían para siempre. Esto cambió drásticamente la estructura espacial de las redes productivas: Las piezas necesarias para montar coches, lavadoras o máquinas de cualquier otro tipo, se podían fabricar a varios miles de kilómetros unas de otras, y también de la planta de montaje donde finalmente eran ensambladas para acabar el producto correspondiente. Luego éste podía desplazarse a su vez por cientos o miles de kilómetros hasta llegar al consumidor. Descontando y despreciando hasta donde les ha sido posible los costes energéticos, las redes de empresas industriales han esturreado sus unidades productivas por medio mundo, sin que por ello dejen de estar interconectadas. Esquivan así los lugares donde las legislaciones laborales y medioambientales les son menos favorables ... De momento las cosas se siguen haciendo de este mismo modo, pero es evidente que, en un contexto de energía cada vez más cara, algo va a tener que cambiar.

 

En muchos lugares la escasez de recursos naturales, la existencia de fuertes limitaciones de tipo cultural, y un déficit importante de industrialización heredado de épocas anteriores, dificultaron el desarrollo de la economía petrolera más básica y orientaron regiones enteras hacia el aprovechamiento turístico. Construir nuevas urbanizaciones litorales o montanas, y dotarlas de la necesaria estructura de servicios no es tarea difícil, y cuando solo se dispone de mano de obra escasamente cualificada puede ser el único camino posible... Antes el atractivo paisajístico del mar, la montaña o los monumentos urbanos, eran de los pocos recursos básicos locales que formaban parte de la mayoría de las ofertas turísticas. Casi todo lo demás se traía de otros lugares ya bastante elaborado, se procesaba lo justo para convertirlo en servicios logísticos y de ocio, y se ofrecía a los visitantes. Posteriormente el encarecimiento de la energía y las crecientes dificultades, hicieron que las economías locales se orientaran cada vez más hacia el mercado turístico: Se diversificaron las producciones alimentarias autóctonas, se incrementó la calidad de los productos, se desarrollaron nuevas actividades artísticas y artesanales entroncadas en tradiciones más o menos inventadas, y con todo ello el turismo empezó a concebirse como un sector exportador, en el que, en lugar de transportar las mercancías hacia poblaciones remotas, son éstas últimas las que se desplazan hasta el lugar de producción y comercialización. No es éste el único cambio de tendencia que puede detectarse en la actividad turística como anticipación de un mundo sin petróleo: Cada vez son más los visistantes que buscan rentabilizar de una u otra forma sus viajes, y ofrecer servicios que puedan resultar productivos a quienes los utilizan es una forma de asegurar una clientela cada vez más selectiva y ahorradora. Es lo que sucede cuando un alojamiento rural ofrece como complemento o como atractivo principal algún tipo de curso de formación. También cuando se organiza a los visistantes en grupos de intereses, de forma que entre ellos puedan surgir fácilmente contactos comerciales o de otro tipo. Otro fenómeno típico de fases avanzadas en la evolución del sector turístico, es la tendencia creciente que manifiestan muchos viajeros a quedarse: Partimos de la base de que la inmigración propiamente dicha va de paises pobres a paises ricos, pero en la medida en que en éstos últimos la economía se deteriore, cada vez más jóvenes tratarán de instalarse definitivamente en zonas donde de niños pasaban sus vacaciones, y que les ofrecen oportunidades bien conocidas, mejores o diferentes que las que encuentran en sus paises de origen .

 

El encarecimiento inevitable de la energía y el consiguiente repliegue del transporte, operan en sentido contrario a lo sucedido en la etapa de petróleo barato: Tras un período de crisis más o menos largo y traumático; que llevará al fondo de un callejón de cada vez peor salida a los monocultivos agrarios, industriales y turísticos; las economías de pequeña escala van a diversificarse reasumiendo funciones perdidas, y desarrollando otras nuevas en un imparable proceso de miniaturización. En principio las estructuras productivas resultantes parecerán copias reducidas de las actuales, pero más adelante habrá transformaciones cualitativas cada vez más profundas, porque la reducción de escala no opera en solitario. Este proceso adaptativo converge con otro orientado a mejorar rendimientos que, como veremos, debido a las graves deficiencias estructurales ocultas que arrastramos, dan amplias posibilidades evolutivas y ponen un largo recorrido de mejora por delante.

 

 

COSAS DE ESTE PLANETA

 

Hay una distancia óptima para ver cada objeto con máxima nitidez. Desde más lejos se pierden los detalles, desde más cerca nos enredan. Con los asuntos que solemos manejar día a día pasa más bien lo último: Los tenemos tan próximos que nos impiden ver lo que hay detrás, y con frecuencia esto es lo más importante. A fuerza de desarrollar visiones parciales de las cosas nos construimos ideas distorsionadas sobre ellas, utilizamos esas ideas como base para razonar y sacar conclusiones, y así podemos ir acumulando errores hasta que llegamos a construirnos percepciones que apenas nos permiten manejarnos en el mundo real. Situar asuntos cotidianos; como por ejemplo los problemas energéticos y de transporte; en ámbitos espaciotemporales más amplios, nos ayuda a verlos con toda perspectiva, y a entenderlos como momentos y aspectos concretos, de procesos más largos que suceden a gran escala. Para encajarlos en su contexto nada nos impediría empezar a reflexionar sobre el Big Bang y el origen del Universo, pero parece exagerado. Más útil y prudente puede resultar poner cuanto ahora nos sucede en el marco de la evolución de nuestro planeta. Vamos allá...

 

Hace un montonazo de millones de años, una estrella vieja y masiva estalló, y lanzó al espacio interestelar enormes cantidades de materiales densos; tales como el oxígeno, el carbón, el calcio, el silicio, el hierro, el nitrógeno, el azufre y el fósforo entre otros muchos; que se habían formado en su interior como resultado de reacciones termonucleares. Parte de esos materiales se concentraron en una nube que poco a poco fué replegándose sobre sí misma y haciéndose cada vez más densa hasta formar una estrella nueva, con su enjambre de planetas girando alrededor. Vivimos pegados a la superficie del tercero de esos planetas; la Tierra; contados a partir de la estrella central; el Sol... La historia de este tercer planeta es bastante extraña si la comparamos con la de sus vecinos: Al poco de su formación recibió el impacto brutal de otro planeta más pequeño que se había desviado de órbita. Con el topetazo le arrancó parte de su corteza y la lanzó al espacio. Algunos de esos materiales se quedaron girando cerca hasta que con el tiempo se reunieron y dieron forma a la Luna, que desde entonces orbita alrededor de la Tierra produciendo ciclos de alternancia entre iluminación nocturna y oscuridad casi total, y ciclos de mareas; que no sólo afectan a las aguas, también a la atmósfera y a los materiales sólidos. Puede que en tres o cuatro astros, entre satélites y planetas de nuestro sistema, haya algo de actividad biológica. Aunque de momento ésta no ha podido ser detectada con seguridad sí que se van acumulando ciertos indicios, pero en ningún lugar conocido hay una biosfera masiva y triunfante como aquí. Hasta que no demos con algo parecido en algún planeta extrasolar y podamos compararlo con el nuestro, no vamos a saber en qué medida la Luna y el evento que dió lugar a su formación, han sido decisivos para que la vida terrestre haya evolucionado de la forma en que lo ha hecho. Pero al menos así lo parece....

 

La actividad biológica consiste en un conjunto complejo de procesos químicos en los que las moléculas formadas entorno a cadenas de átomos de carbón; la llamada materia orgánica; son las protagonistas. La actividad biológica se resume en dos funciones básicas: Recoger materiales orgánicos e inorgánicos del entorno para incorporarlos a sus estructuras; es decir, crecer; y construir réplicas más o menos exactas de sí misma; es decir, multiplicarse. En tiempos remotos diversas y complejas reacciones químicas sucedían al azar en masas de agua ricas en materia orgánica, pero cuando el azar es masivo y el número de sucesos es casi infinito, podemos estar seguros de que si algo puede pasar finalmente pasará. De modo que pasó lo que tenía que pasar: Se formaron moléculas orgánicas con capacidad de crecimiento, otras con capacidad de replicación y al tiempo ambas se asociaron y se pusieron a funcionar en equipo... Y así empezó todo. Una vez que algo capta recursos para crecer y multiplicarse, entra en competencia con todo cuanto haga lo mismo, y en ese proceso de competencia, a quien mejor lo hace mejor le va; más crece, más se reproduce, y más posibilidades tiene de que quien venga después se le parezca. De modo que ya desde un principio se pone en marcha el mecanismo evolutivo de mutación-selección que de forma tan genial describió Ch. Darwin. Ni que decir tiene que en determinadas circunstancias convendrá asociarse y colaborar para mejor competir, y que no todo es crecer: Una vez que algo se ha desarrollado hasta el máximo posible tiene que saber mantenerse ahí... Pero esa es otra historia y queda para más tarde.

 

Otra función básica de la actividad biológica terrestre que bien pudo aparecer ya desde el principio, triunfó en tiempos no tan remotos, cuando las cosas venían rodando desde hacía un tiempo y había empezado a haber problemas graves: Una multitud de organismos biológicos demandando recursos termina con ellos, y una vez agotados solo quedan los cadáveres de los organismos que vayan muriendo o bien los propios organismos aún vivos para quien sea capaz de parasitarlos o de matarlos. Pero eso tampoco arregla las cosas del todo: Los recursos están contados y solo hablamos de la forma en que se reparten. Mejor aún sería; si fuera posible; abrir nuevas fuentes de recursos... La materia orgánica de la que se alimentaron los primeros seres vivos no tenía su origen en procesos biológicos, se había formado espontáneamente a partir de materiales inorgánicos como metano, óxidos de carbón, agua, amoníaco, óxidos de nitrógeno, ácido sulfhídrico, óxidos de azufre y algunos otros; que entonces abundaban en la atmósfera terrestre. Los rayos de las tormentas aportaban la energía necesaria para que estos compuestos reaccionaran entre sí y formaran moléculas largas con cadenas de carbón; es decir, materia orgánica. Los organismos biológicos de entonces dependían de este proceso para obtener materia orgánica en origen, pero no todos ellos: Ciertas moléculas orgánicas; como la clorofila captan energía de la luz solar y la almacenan en forma de tensión química, que puede aprovecharse para la fabricación de compuestos orgánicos nuevos a partir de materiales inorgánicos. Los organismos capaces de realizar esta función fueron unos más mientras la materia orgánica producida del otro modo abundó, pero conforme iba escaseando obtuvieron ventaja y finalmente, cuando la escasez fue extrema, triunfaron y se hicieron los amos.

 

El ascenso de la vegetación fotosintética; capaz de sintetizar materia orgánica a partir de luz y materiales inorgánicos; fue la primera gran revolución energética de nuestro planeta. La atmósfera entera fue transformada por la fotosíntesis y pasó a contener sobre todo nitrógeno y oxígeno, con pequeñas cantidades de agua y dióxido de carbón, y solo trazas de los materiales primordiales que abundaron en el período anterior. Estos últimos actualmente resultan venenosos para la mayoría de los organismos que poblamos el planeta... Otra gran revolución, bastante más tardía fue la colonización del medio aéreo; de las tierras emergidas. La actividad biológica se configuró en medio líquido, y en medio líquido sigue estando interiormente, porque aunque nos encontremos en los desiertos más profundos o en las cumbres más resecas, los organismos biológicos llevamos dentro el agua que necesitamos, que es nuestro componente más importante en lo que a porcentaje se refiere. Para conseguir esto tuvimos que desarrollar evolutivamente los correspondientes mecanismos de captación, blindaje y conservación de humedad. Esto empezó como adaptación a la supervivencia en zonas que alternativamente se humedecen y se resecan; tales como la franja de mareas de las costas marinas o las riberas de ríos y lagos de nivel fluctuante. En estos lugares el perfeccionamiento progresivo de estrategias de supervivencia en período seco facultó a muchas especies biológicas para irse separando cada vez más del medio líquido, hasta independizarse por completo de éste, y bastarse con el agua que pudieran encontrar viviendo exclusivamente en medio aéreo. Uno de los efectos más importantes de la colonización de las tierras emergidas es la retención y redistribución del agua en éstas, que como resultado de la actividad biológica aérea, ha llegado a ser mucho más abundante y mucho más estable en lo que se refiere al ritmo de fluctuación de sus flujos y almacenes... La tercera gran revolución la estamos viviendo ahora mismo y aunque nos podamos considerar sus protagonistas, quizás no seamos mucho más que meros agentes: Es el ascenso de la tecnología. En un futuro no muy lejano la característica fundamental de la vida terrestre; o quizás habría que decir ya de la vida de origen terrestre; será la íntima asociación entre organismos biológicos y máquinas. En función de ésta, la actividad biotecnológica podrá viajar e instalarse en el espacio exterior, colonizar otros astros y lanzarse a la larguísima travesía de los espacios interestelares. La propia estructura diferenciada de los organismos biológicos colonizadores podrá ser diseñada y configurada según las características del medio al que vayan destinados, acortando así de forma drástica los plazos evolutivos. Pero para que esto llegue a ser posible todavía nos queda algún que otro problemilla que resolver...

 

La evolución de la vida en nuestro planeta dista mucho de ser un proceso lineal, por el contrario viene siendo una sucesión de períodos diversos, con grandes fluctuaciones, catástrofes profundas y espectaculares reconstrucciones, que aceleran el proceso evolutivo aportando grandes innovaciones genéticas y ecológicas. Hace unos sesenta millones de años, el impacto de un meteorito rico en iridio provocó una crisis ecológica brutal a escala planetaria que se saldó con la extinción de los dinosaurios. Es el desastre más célebre de los sucedidos desde que hay vida en la Tierra, pero antes hubo algunos otros, y en tiempos más recientes, uno más acabó con cierta megafauna de mamíferos arcaicos bastante diferentes de los de hoy en día. Otros grandes procesos tienen que ver con los desplazamientos y colisiones de las placas continentales y con la dinámica del Sol, que empieza a salir de su etapa amarilla; estable y sosegada; para entrar en otra; la naranja; en la que su actividad irá en aumento e irradiará cada vez más luz y más calor. De todos los cambios provocados por estos fenómenos, el más llamativo y el que más nos afecta es la alternancia de períodos glaciales, fríos y secos; en los que las placas de hielo polar se extienden hacia latitudes bajas, desciende el nivel del mar y las masas forestales desaparecen casi por completo de las zonas templadas; seguidos de otros períodos, cálidos y relativamente húmedos, conocidos como interglaciares; en los que el hielo retrocede, sube el nivel del mar y las masas selváticas se extienden hacia latitudes altas. Actualmente nos acercamos a la mitad de un período interglaciar bastante atípico, por que está siendo escenario de actividades humanas como la agricultura y la industria, que alteran intensamente los equilibrios planetarios fundamentales: Estamos devastando masas forestales en todo el planeta y sobre todo en áreas tropicales; donde la vegetación permanecía estable desde el último impacto meteorítico. Al mismo tiempo hemos quemado cantidades masivas de combustibles fósiles; y al parecer lo vamos a seguir haciendo mientras resulte rentable; y sobrefertilizamos los mares y otras masas de agua con vertidos masivos de materia orgánica y nutrientes. Se aceleran así los procesos de producción hasta superar la capacidad metabólica de los ecosistemas acuáticos, se agota el oxígeno localmente disponible y se incrementan las fermentaciones tóxicas. El resultado final es que; por éstos y algunos otros factores; la cantidad de compuestos de carbón presentes en el aire se dispara, sube el efecto invernadero y el calentamiento provocado por nosotros, se une íntimamente al que se produce de forma natural para crear un escenario bastante inquietante, que a día de hoy todavía hay quien se empeña en negar. Sin duda la actividad biológica se adaptará a todo esto de la misma forma que en el pasado se adaptó y salió triunfante ante retos de mucho más calado y envergadura; que han contribuido a darle su forma actual. Lo que no está tan claro es que nosotros mismos, como especie o como civilización tecnológica, vayamos a ser capaces de hacerlo.

Los bosques maduros son la obra cumbre de la actividad biológica en el medio aéreo de nuestro planeta. Las ramas y las hojas forman un techo continuo y compacto; a prueba de sol y de viento; que encierra y protege su atmósfera particular. En ésta la humedad que los árboles han utilizado en sus funciones productivas permanece en forma de vapor, precipita al caer la temperatura y es utilizada una y otra vez. Sobre la tierra se acumulan hojas secas, ramas y troncos viejos, excrementos de animales y cadáveres; que al tiempo se convierten en humus, un material parecido a la turba de las macetas que es el principal componente del suelo orgánico superficial. Es el almacen principal de nutrientes del bosque y hace un papel parecido al de la banca en una economía monetaria: El humus es gestionado por un complejo sistema de bacterias, hongos y animales, que en tiempo cálido y húmedo lo devoran y lo descomponen, para liberar nutrientes y ponerlos a disposición de las plantas en las cantidades y proporciones adecuadas, mientras que en tiempo seco o frío permanecen en reposo para asegurar las reservas y evitar pérdidas. El mantenimiento del arbolado requiere la intervención de otro complejo sistema de bacterias, hongos y animales, cuya función resultante es el control de plagas potenciales: Los organismos que se alimentan de partes vivas de los árboles son a su vez atacados por enemigos naturales que mantienen sus poblaciones bajo niveles tolerables. El arbolado devuelve a estos factores de control múltiples servicios entre los que se cuentan refugio, cobijo y sobre todo alimentación de alta calidad: La producción de frutos forestales suele ser muy superior a la que los árboles necesitarían solo para reproducirse y casi toda ella va destinada en realidad a pagar alianzas. Hay varios tipos generales de bosques en nuestro planeta pero de todos ellos los que alcanzan mayor grado de madurez, estabilidad y desarrollo en proporción a los recursos con que cuentan, son los que se encuentran en zonas subtropicales. Éstos son las lauriselvas de climas lluviosos, o los bosques de tipo mediterráneo, propios de zonas con veranos secos. Tanto en unas como en otros el suelo orgánico superficial puede alcanzar varios palmos de espesor y el ambiente interior del bosque; en calma y penumbra permanentes; suele transmitirnos sensaciones de paz que resultan en parte engañosas: El bosque en su conjunto desarrolla una lucha tenaz, contínua y despiadada para mantenerse en funcionamiento y en estado óptimo de salud.

Hay tres leyes generales que rigen la dinámica de los ecosistemas: Todo ecosistema tiende a captar la mayor cantidad posible de energía; es decir, a funcionar a máxima potencia. Todo ecosistema tiende a desarrollarse al máximo; lo que equivale a adquirir la máxima biomasa. Todo ecosistema tiende a mantenerse, una vez alcanzado el máximo desarrollo, en estado de máxima estabilidad. Dado que el bosque es la conjunción de estos tres máximos, podemos decir sin exagerar mucho que todos los ecosistemas aéreos no forestales son bosques frustrados: No llegan a tales por falta de humedad, frío excesivo u otras circunstancias adversas, pero lo siguen intentando... Cuando un ecosistema forestal es arrasado, de inmediato empieza un largo pero eficaz proceso de reconstrucción: Al principio suele haber un desarrollo explosivo de hierbas de vida corta, similares a las legumbres y cereales que cultiva la agricultura. Éstos son de los pocos vegetales capaces de vivir en desiertos extremados, donde solo llueve de vez en cuando. Posteriormente entran, dependiendo del tipo de clima, herbáceas perennes, matas bajas o ambas a la vez. Las primeras suelen dominar en zonas donde el invierno es frío o seco, y llueve algo en verano, tambien, funcionando al revés, en zonas donde el verano es seco y el invierno húmedo y templado. Las segundas en lugares poco lluviosos, también de invierno frío o seco pero a la vez con fuerte sequía estival, donde las estaciones favorables son la primavera y el otoño. Si estas características se dan de forma extrema los árboles lo tienen difícil y escasean o faltan por completo. Si no, tras la etapa de herbazales y matorrales, dominarán los de crecimiento rápido; como los pinos y los eucaliptos; y posteriormente otros árboles y grandes arbustos de crecimiento más lento y estrategias más sofisticadas, que componen el bosque definitivo. En el proceso de reconstrucción del ecosistema cambian las condiciones ambientales del lugar: El efecto de sombreado y cortavientos de la vegetación en desarrollo, y el crecimiento consiguiente del suelo orgánico superficial, actúan de forma combinada para mejorar la disponibilidad de agua, regular la temperatura y almacenar más y más nutrientes. Por el contrario la destrucción total o parcial de masas forestales trae consigo el deterioro de estas ventajas que la vegetación fue adquiriendo al recostruirse. Resulta paradójico que en nuestro afán por abastecernos sobradamente y de disponer de cada vez más recursos, insistamos en devastar los bosques, y renunciemos a su productividad masiva, diversa y duradera para sustituirlos por campos de cereal, que irremisiblemente dan pan hoy y hambre mañana. Parece que llevamos las éticas y estéticas del desierto demasiado metidas en el cerebro. Quizás la tarea fundamental para los próximos años sea librarnos de ellas...

 

UNA ESPECIE, DOS SISTEMAS

 

Hace unos seis millones de años vivió un antepasado común de humanos y chimpancés. Al poco las dos líneas se separaron: Una siguió andando a cuatro patas y dependiendo de los árboles, la otra empezó a caminar de pie y se aventuró por zonas cada vez menos arboladas. Hace tres millones de años había diversos tipos de homínidos bípedos en África. Unos eran delgados, vivían en grupos numerosos, muy jerarquizados y dominados por los machos, cazaban antílopes, jabalíes y otros monos, y peleaban contra hienas, leones y leopardos. Otros eran más robustos, de tendencia más vegetariana y vivían en grupos pequeños, cerca de ríos, lagos y sotos forestales. Los paleoantropólogos han clasificado a unos y a otros en especies diferenciadas, y puede que llevaran razón en algunos casos, pero parece que han exagerado un poco y en general se trata de razas o subespecies que pertenecerían a una misma especie evolutiva con gran diversidad interna. Hace algo menos de dos millones de años aparece casi de golpe un nuevo tipo de homínido de gran desarrollo cerebral y cerca de dos metros de altura. Se ha discutido mucho acerca del significado de este cambio y de los factores que lo determinaron. A la luz de los estudios comparativos de nuestro comportamiento y del de las otras tres especies vivientes de nuestra subfamilia zoológica; gorilas, chimpancés y bonobos; la hipótesis más verosímil es que previamente emergió un nuevo patrón de sociabilidad: Muchas de las grandes bandas que agrupaban a buena parte de nuestros antepasados, se partieron en grupos mucho más pequeños, cohesionados por la actividad sexual y dominados por las hembras. En tal situación las presiones selectivas del entorno actuaron con más intensidad, acelerando la evolución hacia grandes tallas y cerebros masivos... Ha pasado tiempo y han cambiado muchas cosas, pero nuestra especie sigue polarizada entorno a dos patrones de socialización: Uno de colectivos numerosos, patriarcal, jerárquico, con alta conflictividad interna y que encaja en praderas, estepas, aridales y otros entornos poco estables, con grandes fluctuaciones y frecuentes eventos catatróficos. Y otro que se basa en grupos pequeños más o menos autónomos, matriarcales, fuertemente erotizados, en general menos conflictivos, y con encaje óptimo en ecosistemas más estables de bosque y de ribera. En las relaciones entre ambos patrones alternan momentos de relativa calma y otros de feroz competencia. Éstos últimos suelen coincidir con procesos de grandes tranformaciones estructurales. Desde este punto de vista cabe considerar los cambios relacionados con la decadencia de la civilización petrolera como una transición desde patrones de primer tipo hacia los del segundo. Y como casi siempre, el patrón destinado a ser sustituido se resiste por todos los medios a su alcance.

Cada cierto tiempo aparecen yacimientos arqueológicos que hunden hacia un pasado cada vez más remoto la época en que los humanos aprendimos a utilizar el fuego. Quien haya jugado a prehistorias, ha visto saltar chispas al golpear una piedra contra otra, y no hace falta ser experto en termodinámica para darse cuenta que esas lucecitas anaranjadas, son lo mismo que corre por las sabanas cuando un rayo cae sobre la hierba. Cuando arde un bosque seco, los árboles tardan varios lustros en recuperarse. Durante ese tiempo domina la hierba y el sitio se llena de manadas de herbívoros y, si las hay cerca, de fieras sociales. Por lo que respecta a las poblaciones humanas, podemos establecer una clara correspondencia de patrones de sociabilidad dispersa y de grupo pequeño con la situación previa al incendio, y de patrones de sociabilidad concentrada y extensa con el resultado de este último. Es posible que antes de que se inventara la cocina, el fuego se utilizase como arma de destrucción masiva en guerras entre poblaciones con diferentes patrones de sociabilidad o de comportamientos divergentes dentro de una misma población. El fuego reduce la potencia general del ecosistema pero en contrapartida la centraliza en los grandes herbívoros y la pone a disposición de amplios colectivos masculinos de cazadores y guerreros. Las actividades perjudicadas son la recolección de miel y de productos vegetales, así como la caza menor y mediana, que pueden ser ejercitadas por personas de toda condición, en pequeña partida o incluso de forma individual... De vuelta parece que ya venimos, contra "el fuego purificador" y todos sus disparates.

Hace alrededor de cuarenta mil años el clima era más frío y más seco, y casi toda Europa estaba ocupada por sabanas, praderas y estepas con poco arbolado, mucha hierba, interminables manadas de herbívoros, y enormes hienas y leones. Sucesivas oleadas humanas procedentes de África y de Asia hicieron que la densidad de población alcanzase niveles nunca antes conocidos. Aquella gente puso en marcha una organización socioconómica compleja y extensa, y empezó la mayor y más sistemática cacería de todos los tiempos: Veinticinco milenios más tarde muchas especies de grandes herbívoros habían desaparecido o se habían hecho rarísismas y apenas quedaban grandes fieras. Más adelante el clima empezó a caldearse y a humedecerse, la selva se adueñó del continente, las manadas que aún quedaban se replegaron hacia el Ártico y hacia las praderas orientales, o quedaron confinadas en alta montaña y en los herbazales húmedos de las zonas pantanosas. Lo mismo hicieron muchas de las sociedades cazadoras que habían dominado el período anterior. Otras optaron por reconvertirse, enfocando sus técnicas tradicionales hacia la pesca de salmones, túnidos y cetáceos, a la vez que se dedicaban al marisqueo. Y por último, las que contaban con más capacidad de adaptación e innovación, se sumergieron en la masa forestal, disolvieron sus grandes estructuras socioculturales y vivieron en pequeñas comunidades de la recolección de frutos y de la caza menor. Hasta que las oleadas agroganaderas de milenios más recientes clarearon la selva para sustituirla en parte por campos y pastizales... ¿Que pasó durante todo ese tiempo? Muchas cosas dignas como pocas de estudio y divulgación, porque entre ellas están las que sustentan nuestra especificidad cultural como continente: Mitos forestales, matriarcado, erotismo socializador, diversidad de estructuras... Y aunque sólo Europa es Europa, no debemos olvidar que por aquel entonces, procesos similares sucedieron en Siberia, China, norte de la India y Norteamérica, y que en estos lugares algunos de sus resultados han llegado hasta nuestros días con bastantes menos alteraciones que aquí.

El mismo cambio climático que entregó Europa a la selva, puso a gran parte del Norte de África y a casi todo Oriente Medio en manos del desierto. De forma lenta pero sostenida las sabanas se convertieron en estepas cada vez más áridas, los ríos en ramblas y los lagos en depósitos de sal. La gente se fue concentrando en las zonas más favorables, en los valles más fértiles, las costas y las montañas, y en estos lugares se alcanzaron altísimas densidades de población. De esta forma ni la vegetación natural ni la fauna silvestre podían ya abastecerles, y tuvieron que intervenir en la dinámica de los ecosistemas, cultivando y domesticando, para aumentar su productividad. Así inventaron la horticultura, la silvofruticultura, la acuicultura, el pastoreo, diversos sistemas de granja mixta y algo que merece mención aparte por el monumental desbarajuste que con el tiempo ha llegado a liar: La agricultura.

 

Mucha gente que vivía en el interior de grandes extensiones áridas dependió cada vez más de los cauces fluviales. Pero incluso éstos se fueron secando, y perdieron vegetación y capacidad productiva. Con éstas, en algún lugar del norte de África o de Oriente Medio; o quizás en varios de ellos a la vez; hubo quienes aprendieron a cultivar cereales y legumbres, imitando lo que pasa de forma espontánea en los torrentes del desierto profundo: Removieron tierra para mezclarla con semillas y materia orgánica, y para mejorar la distribución del agua, y así obtuvieron cosechas, se quitaron el hambre y, hasta ahí, nada que objetar... Pero al tiempo, algunos avispados comprendieron que el método funcionaba también en zonas menos áridas, donde arrasando herbazales y matorrales, a la vez que obtenían grano y legumbre para ellos y para su ganado, dejaban sin recursos a los pobladores autóctonos y se apropiaban del territorio. Se nos han contado muchísimas historias a propósito de la agricultura y de las incalculables ventajas de que disfrutamos desde su adopción. Y resulta que todo es mentira: Como sucede con el fuego purificador, estamos ante un arma de destrucción masiva. Un demoledor instrumento de conquista y expansión territorial, que cuando ya no hay sitios nuevos a los que ir, revela su incapacidad estructural para producir alimentos y se convierte en una insuperable fábrica de escasez y de hambre.

Si roturas un bosque seco, una garriga o un matorral de semiárido, obtendrás de principio una cosecha espectacular, las dos o tres siguientes serán simplemente buenas, pero irán a menos, y a los cinco o seis años empezarán a ser ridículas: Si no tienes posibilidad de repetir la jugada en otro sitio, te tocará comerte los mocos, o poco más, y te convendrá ahorrar energía pasando todo el día sentado o acostado, bebiendo té o haciendo meditación y, si no te mueres pronto, lo mismo hasta alcanzas el Nirvana, o algo... Si el terreno era tuyo más hubieses obtenido aprovechando los frutos silvestres, y otros alimentos vegetales, la caza y la leña. Pero si no era tuyo, y lo robaste, algo te habrá quedado en limpio: Podrás criar un poco de ganado sobre el desierto artificial que acabas de fabricarte, mientras esperas uno o dos lustros hasta que el suelo y la vegetación se regeneren lo suficiente como para volver a roturar, y sacar alguna que otra cosecha que no se salde en pérdidas. Se nos ha dicho con insistencia machacona que al hacerse agricultuores y ganaderos, nuestros antepasados primitivos se libraron de la angustiosa inseguridad que supone vivir de la recolección y la caza. Falso, fue justo al revés: Seducidos por el resplandor fugaz de la primera cosecha, perdieron la diversidad y la estabilidad productiva que ofrece todo ecosistema bien desarrollado, y se metieron en una infernal ratonera. También se nos ha adoctrinado en la convicción de que a fuerza de cultivar y pastorear llegaron a hacerse sedentarios. Es otro embuste más: Las sociedades tribales que viven en economía natural; es decir, los salvajes; ocupan territorios fijos, en general bien delimitados, en los que al no haber una asignación clara y definitiva de propiedad, la gente se instala y se traslada a conveniencia según lo aconsejen la disponibilidad de recursos, la climatología u otros factores. En cambio el campesino queda fijado a su parcela; propia o ajena; con la agravante de que con el paso del tiempo, al decaer la productividad, él o su descendencia se verán obligados a pudrirse en la miseria o a emigrar... Algo bueno tendrá la agricultura cuando ha conseguido extenderse por casi todo el planeta, se nos suele decir ya como último argumento para salvar los muebles. Y el caso es que una vez puesta en marcha la maquinaria de demolición en que la agricultura se sustenta, difícilmente puede parar: Constantemente ha de escapar del desastre que ella misma provoca, ir a sitios nuevos y así los territorios devastados se amplían hasta el límite de lo posible. Tanto el ecologismo militante como los organismos públicos que se ocupan del medio ambiente, admiten que la deforestación y la desertificación son dos de los problemas ecológicos más graves que padece nuestro planeta. Pero rara vez se refieren a estos dos fenómenos como etapas de un mismo proceso, porque eso llevaría necesariamente a cuestionar lo que es a la vez fase intermedia y motor principal del mismo: La agricultura. Destruimos bosques y otros ecosistemas desarrollados para sustituirlos por campos de labranza, y éstos abren el camino más seguro hacia la aridez, la improductividad y la escasez. Pero cuestionar la agricultura; culto y cultivo de la tierra; es uno de los tabúes centrales de nuestra civilización, y hasta en los medios científicos más críticos y objetivos se intenta pasar de puntillas por este asunto. Aun así, cada vez hay más datos concluyentes y uno de ellos resulta especialmente esclarecedor: El registro arqueológico muestra un brusco descenso de alrededor de quince años en la esperanza de vida, que zona a zona coincide con la plena implantación del sistema agroganadero.

La agricultura entró en Europa ocho mil años atrás por el suroeste desde del desierto norteafricano. La trajeron sucesivas oleadas de inmigrantes que, al menos en el Sureste Ibérico, sustituyeron casi por completo a las poblaciones precedentes. Otras vías de entrada, más tardías, fueron las costas del Mediterráneo Oriental y las llanuras templadas situadas al norte de las cordilleras meridionales, por donde llegaron grupos procedentes de Oriente Medio. Muchas tribus autóctonas que repelieron militarmente estas invasiones, mordieron el anzuelo de la agricultura cebado con cerveza y pan: Dedicaron pequeñas parcelas al cultivo de cerales, pero al ir ampliándolas para mantener o incrementar la producción fueron devastando huertos, sistemas silvofrutícolas y cazaderos. Pasado un tiempo empezaron a sufrir escaseces y se lanzaron al saqueo de poblaciones vecinas y a expandir su control territorial. En economía natural, el ecosistema es a la vez maquinaria productiva y almacén de recursos. La gente toma lo que necesita y sabe que el resto lo tiene ahí fuera, disperso por el territorio. La economía agroganadera es muy diferente: El ganado se saca a pastar y luego se encierra y se protege, el grano se recoge y se guarda en recipientes o construcciones apropiadas. Quien controla el ganado y el grano tiene el poder. Si entras en territorio ajeno y éste está gestionado en régimen de economía natural, podrás abastecerte si cazas lo que puedas o si recolectas fruta del tiempo y verdura silvestre. Con audacia, potencial y brutalidad extrema, podrás robar a los lugareños algunas provisiones y enseres, pero así no te resolverás la vida. En cambio si invades una zona de economía agroganadera y te apropias del ganado y del granero, no solo obtienes de golpe una enorme cantidad de recursos, dejas a esa pobre gente sin nada, y dependiendo de ti... El control de los recursos acumulados dio pié desde el principio de la agricultura a conflictos frecuentes y a dinámicas de dominación imperial con cada vez mayor alcance.

Hace algo más de veinte siglos, los descendientes de un grupo de labradores norteños que se instaló en el Latio mucho antes, se había adueñado de todo el sur de Europa, del norte de África y de gran parte de Asia Occidental. Durante un tiempo lograron mantener funcionando la compleja maquinaria militar y administrativa que hizo posible tan titánico esfuerzo de conquista, pero una vez alcanzados sus límites materiales, aquel proceso expansivo se detuvo y el sistema imperial entró en crisis: Hacia el sur el desierto norteafricano era una barrera infranqueable, lo mismo que las llanuras y mesetas áridas de Asia central, la península indostánica quedaba muy lejos y los bárbaros del norte habían aprendido demasiado: Hace algo menos de veinte siglos las tribus germánicas opusieron a Roma una resistencia feroz. No tenían campos, ni graneros, ni asentamientos permanentes, obtenían de la recolección y de la caza el grueso de sus suministros, y controlaban tres recursos tecnoculturales punteros de la época: El hierro, la equitación y la ganadería bovina. Además toda la población sin distinción de sexo o edad estaba militarmente organizada y permanentemente dispuesta para escapar o para combatir, según viniera al caso... Hubo un momento en que a falta de botines de guerra, territorios conquistados y esclavos capturados, el negocio de las legiones dejó de funcionar y el imperio que se había desarrollado en base a estos recursos se desmoronó. La seguridad de los caminos se deterioró, el comercio se redujo y se organizaron ejércitos locales. Finalmente las autoridades imperiales promulgaron que cada pequeña demarcación territorial habría de ocuparse por sí misma de sus asuntos, pero era tarde, porque casi todas ellas ya lo estaban haciendo: El feudalismo era hecho consumado cuando se ordenó oficiamente su instauración...

Tras la caída del Imperio Romano las estructuras económicas se miniatururizaron, se generalizó el autobastecimiento, proliferaron los molinos de viento y de agua, los barcos de vela sustituyeron a los de remos y, en los paises gobernados por las tribus germánicas más tradicionales, los bosques reconquistaron gran parte del territorio que habían perdido anteriormente. No hubo sin embargo una verdadera revolución tecnológica de gran alcance. Aún faltaba nivel de desarrollo científico y el poco que había difícilmente se podía llevar a la práctica, en el contexto de irracionalismo y fanatismo que el movimiento cristiano promovió. Hizo falta un nuevo período de desarrollo económico y de poderes centralizados para que la técnica y la ciencia experimentaran el monumental acelerón de los tres últimos siglos. Todo comenzó con la apertura de rutas hacia continentes que los europeos de la época aún desconocían, con el consiguiente auge del comercio, los mercados y la acumulación de capitales. Procesos que tuvieron como consecuencia la liquidación de gran parte de las estructuras feudales y la creación de los estados modernos. Posteriormente el desarrollo de economías de fabricación cada vez más potentes y en un contexto cada vez más competitivo, estimuló el desarrollo tecnocientífico, el uso del carbón mineral como fuente de energía; del petróleo y el gas más adelante; y llegaron las revueltas sociales, la confrontación entre capitalismo y socialismo, el feminismo, la revolución sexual y; finalmente, una vez alcanzado el límite físico del crecimiento; la crisis...

SUEÑOS DE PAZ Y PETRÓLEO

 

La agricultura genera escasez y la escasez es caldo de cultivo ideal para todo tipo de problemas. Desde el final de la Edad Media un desarrollo tecnológico creciente ha hecho que aumente también el potencial armamentístico, y los conflictos vienen teniendo consecuencias cada vez más graves. Las dos últimas guerras mundiales batieron todos los records en cuanto a devastación y mortalidad se refiere, y una vez acabada la segunda quedó automáticamente instaurada una idea de consenso general: Había que hacer lo que fuese necesario para que sobrara comida. Era una forma de poner difícil que otro desastre de parecidas características volviera a producirse. Así que los gobiernos, las universidades y las empresas de todos los países industrializados, y de algunos otros que estaban empezando sus procesos de desarrollo, pusieron al servicio del sector agroalimentario todos los recursos de que la ciencia y la técnica disponían por aquel entonces. El resultado fue algo que se ha dado en llamar revolución verde, aunque de una forma más descriptiva y menos triunfal se suele conocer como industrialización agraria. Esta consiste en hacer que la agricultura, a pesar de sus errores y disparates de fondo, haga lo que se espera de ella; alimentar a la población; aunque para conseguirlo no haya que reparar en gastos.

 

En aquel tiempo el petróleo era un recurso abundante y barato que apenas se había empezado a explotar. La anterior oleada de industrialización tuvo al carbón mineral como principal fuente de energía, utilizó grandes cantidades de hierro como materia prima y construyó ferrocarriles y barcos a vapor. A principios del siglo XX este modelo tecnológico estaba ya cerca de su máximo desarrollo, se puso en crisis y degeneró en una sucesión de conflictos que duró más de cuatro décadas. En el período entre guerras, la Alemania nazi puso a punto los fundamentos tecnológicos neceasarios para utilizar a gran escala la energía del petróleo, se lanzó a un nuevo proceso de desarrollo, en el que las aplicaciones militares tuvieron un papel determinante, y posteriormente; junto a Japón, la Italia fascista y algún otro socio menos importante; quiso conquistar el mundo. Las demás potencias tuvieron que desarrollar a toda prisa una maquinaria industrial y militar actualizada, capaz de competir con la que el bando hitleriano había montado para poder derrotarle... Tras la victoria, los aliados aplicaron toda la tecnología que se hubo desarrollado a la industria civil, y empezó así una etapa bastante larga de paz y abundancia, que sin embargo no estuvo exenta de conflictos sociales, generó una amplia gama de problemas ambientales y sanitarios, y dilapidó en pocas décadas las reservas petrolíferas más accesibles y baratas, así como múltiples recursos minerales.

 

Si pones a crecer una planta en un sustrato inerte; como por ejemplo madejas de nylon, bolas de porcelana o fibra de vidrio, le suministras a diario agua que lleve disueltos todos los nutrientes necesarios y envenenas el entorno para que no haya bicho viviente capaz de atacarle, crecerá incluso mejor que si lo hiciera en plena naturaleza, en el entorno más favorable que le pudieras encontrar. Si además te ocupas de destruir cualquier otra planta que le haga la competencia y; flor por flor; te aseguras de que llegue polen a los pistilos y de que todos ellos resulten fertilizados, tendrás una cosecha abundante. En un contexto de energía barata, los procesos industriales necesarios para producir las materias primas correspondientes serán extremadamente rentables, prácticamente te regalarán todo cuanto necesistes para poner en marcha tu tecnocultivo, y quizás llegues a creer que has inventado algo importante. Este es el fundamento de la agrorrevolución; verde e industrial, por supuesto; y de la ilusión que a mitad de los sesenta poseyó a ciertos científicos imprudentes de Japón y de algunos otros lugares. Dijeron haber encontrado la solución al problema del hambre en nuestro planeta: Cultivando algas, consiguieron cantidades suficientes para alimentar a una persona por tiempo indefinido en sólo unos pocos metros cúbicos de agua... Una vez más H. T. Odum; eminente ecólogo y despiadado destructor de sueños imposibles; nos explicó en su día como los sistemas de apoyo imprescindibles para tan espectacular producción, ocupaban volúmenes y superficies bastante mayores, y tenían un coste energético que solo en tiempos de petróleo barato podía ser pasado por alto.

 

Podemos mirar fotos aéreas retrospectivas de zonas rurales y espacios naturales y ver como estaban en los años cuarenta. Entonces todo lo que se podía labrar estaba labrado y sembrado de legumbres y cereales por poco abundantes que fueran las cosechas, las cabras se comían el resto, y no estaba mal visto quemar los montes tan pronto como volviese a haber matas suficientes para que corriera el fuego de una a otra. Coger el campo en tales condiciones y meterle abonos, pesticidas, plásticos, maquinaria diversa, carburantes, semillas seleccionadas y todo lo demás, debió provocar a los primeros que lo hicieron una sensación difícil de describir: Euforia, triunfo y la certeza incuestionable de que al menos en los paises desarrollados el problema alimentario estaba definitivamente resuelto... Por aquel entonces no había que bombear para sacar petróleo. Se perforaba hasta las bolsas con cuidado para no pinchar las masas de metano que solía haber encima, la presión de éstas últimas empujaba el crudo hacia arriba por las tuberías y de ahí a envasarlo. Cuarenta años más tarde, en algunos yacimientos donde el petróleo impregnaba masas de arena, había ya que enterrar centenares de metros de tubería porosa, y esperar a que el crudo rezumara y las llenara para poder extraerlo. El equivalente energético de un barril de petróleo que había que gastar antes para sacar cien, se ha ido incrementando hasta que actualmente, en los mejores casos, hay que gastar treinta o cuarenta para sacar otros cien. El petróleo; o más bien la energía que directa o indirectamente procede de él; lo mueve todo. Si sube el precio del petróleo suben todos los productos en función de la energía de origen petrolero que de hecho consuman. Y los alimentos no son la excepción: Todos los productos industriales que el campo necesita consumen energía en fabricación, transporte y aplicación, y a medida que la energía se encarece, se encarecen ellos también y encarecen el coste de los productos alimentarios, que para colmo son transportados a veces largas distancias. Pero no somos siempre conscientes de estos incrementos porque el campo está subvencionado con fondos públicos, de modo que una parte de nuestros tributos se destinan a pagar lo que comemos. Y si por agricultores, agrónomos e intermediarios fuera, este dinero iría en aumento, dejando para un siglo de estos cualquier mejora de los métodos de producción que osara violentar el sustrato mítico de la agricultura.

 

Las técnicas son aplicaciones prácticas de datos científicos. La agricultura viene de hace unos doce mil años, cuando no se hacía ni ciencia ni técnica, y el conocimiento humano solía entremezclarse con historias de dioses, espíritus, diablos y otros seres imaginarios. Para explicarse lo que veían en los ramblizos del desierto; y por aplicación el mecanismo fundamental de la agricultura; los primeros labradores acuñaron una idea mítica: La fertilidad. Es ésta una cualidad misteriosa que comparten las hembras animales; incluidas las humanas; la naturaleza virgen, los campos de cultivo y todo un racimo de diosas y a veces también dioses, con supuestas implicaciones en el asunto. Por lo que respecta a la tierra se establece que la fertilidad emana de su propia esencia; léase espíritu; y que las plantas al crecer la extraen, la consumen y la agotan. Para que la tierra recupere su fertilidad perdida hay que destruir la vegetación e incorporarla a la tierra mediante fuego o labranza, también vale añadirle estiércol; porque contiene los restos de la hierba que el ganado comió, y la fertilidad que las plantas en su día extrajeron de la tierra. Otra opción es dejar que la propia tierra; sin plantas que puedan importunarla; recupere fertilidad a partir de misteriosos procesos, si es que a los dioses que los rigen les diera por ahí... Nada de esto tiene sentido si se le mira desde una óptica científica, no es más que una sarta de nefastas idioteces, pero por desgracia estas ideas están en casi todas las cabezas. A veces incluso algún eminente científico; bien informado sobre temas de producción vegetal, ciclos de nutrientes y dinámica de suelos; las deja traslucir por entre sus exposiciones, quizás como recurso didáctico. Craso error: A la gente hay que hablarle de asuntos reales y objetivos. Hay que decir, por ejemplo, que las plantas no se alimentan de tierra, que el oxígeno, el hidrógeno, el carbón y el nitrógeno; que constituyen alrededor del noventa y ocho por ciento de la materia vegetal seca, y un poco menos del suelo orgánico superficial; provienen de la atmósfera y del agua. Que solo el dos por ciento restante proviene de las rocas y minerales, y que en total estos materiales vienen a ser alrededor del doble del volumen de las cenizas que la leña deja al arder; ya que el azufre, el fósforo y algún que otro elemento sólido, tienen óxidos gaseosos que temporalmente pasan a la atmósfera en la combustión... Hacemos demasiadas concesiones a la tradición y nos cuesta admitir que está llena de errores, sandeces y manipulaciones. El problema es que todo eso pesa, arrastra y, a fin de cuentas, tales intentos de reconciliarnos con ciertos espíritus ancestrales, nos pueden costar algo más que graves quebraderos de cabeza... Consta que la agronomía sabe de esto. Basta infiltrarse en cualquier cursillo de capacitación agraria para que te expliquen todos los fundamentos. Aunque, claro, no te darán las correspondientes conclusiones, y si quieres obtenerlas tendrás que elaborar los datos por cuenta propia, estrujándote bien el cerebro. Lejos de ir a la raíz del problema, la agronomía deja correr el disparate agrario, vive de contrarrestarlo y de paso da margen de maniobra a agricultores, proveedores, intermediarios, y al propio mito de la fertilidad de la tierra; que sin la agronomía de por medio poco tendrían que vender. Pero es que la viabilidad de toda esta broma pesada depende de que haya energía barata, y si no la hay emergen los problemas, se necesitan soluciones y, de una forma u otra, se acabarán imponiendo.

 

La investigación agronómica actual va en la línea de reducir las inversiones que el agricultor ha de hacer, sobre todo en tratamientos y abonos, buscando precisión tanto en las cantidades a emplear como en los objetivos a alcanzar. Todo esto, que en una situación energéticamente estable podría aumentar la rentabilidad de los cultivos, tan solo consigue que el incremento de los precios de la energía no provoque una caida proporcional de la rentabilidad del agronegocio. Otro campo de investigación cuyos resultados también tienden a ser bastante limitados es la mejora de plantas de cultivo para conseguir productividades más altas. Al principio esto se hizo seleccionanado variedades que invierten poco en autodefensa contra las plagas y menos aún en resistencia frente a la escasez de agua. Los sistemas tecnológicos se ocupaban de ambos asuntos y la energía que ahorraban así las plantas se dedicaba íntegramente a producción útil. Aun cuando en un principio los resultados fueron espectaculares, han ido diluyéndose poco a poco en un marco de crecientes dificultades.

 

Actualmente, a medida que la energía y las materias primas se encarecen, se vuelve a tener en cuenta variedades más resistentes y menos productivas, que en épocas de euforia fueron despreciadas y habían permanecido en cultivos marginales, bancos de semillas o sistemas de cultivo biológico. También se realizan retrocruces entre especies de cultivo y sus antecedentes silvestres o se domestican algunas otras plantas silvestres, cuyo interés como plantas de cultivo se desconocía hasta hace poco. Pero la gran esperanza que siembra la agricultura industrializada desde hace algo más de dos décadas y que, como otros muchos inventos, contiene más ilusiones que realidades, viene de la mano de los grandes avances que está experimentando la genética. Estos permiten recombinar características que provienen de muy distintas especies animales y vegetales para producir a voluntad organismos biológicos de diseño. La propaganda correspondiente proclama que así entraremos en una nueva revolución verde en la que por fin el hambre desaparecerá de forma definitiva. Es triste comprobar como incluso eminentes científicos y técnicos de otros campos; con conocimientos limitados en termodinámica ecológica; muerden con facilidad este anzuelo: G. Sartori, uno de los más lúcidos politólogos europeos de los últimos tiempos; que ha llamado la atención acerca de la peligrosa combinación de crecimiento demográfico y consumismo desbocado que, a imitación de lo sucedido antes en las democracias occidentales, se empieza a dar en muchos países emergentes; resuelve parte de los temores que divulga, admitiendo que los cultivos transgénicos podrían ayudar a combatir el hambre y habría que darles una oportunidad... Para albergar una esperanza de estas características hay que pasar por alto varias leyes de la física y la biología, sobre las que conviene recapacitar: La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Toda energía que es movilizada para realizar un trabajo, pasa de un estado de alta potencia a otro de potencia más baja. Para que produzca un ecosistema degradado, sin suelo orgánico, sin factores naturales de control de plagas, rotas las funciones de acondicionamiento ambiental que habría de soportar la propia vegetación y con ésta última reducida al mínimo, las máquinas y sus productos tienen que asumir todas esas funciones; a las que por estética agrodesértica se renuncia; y para mover las máquinas hace falta energía. Da igual que los genes de las plantas cultivadas estén configurados de forma espontánea, se hayan seleccionado de forma tradicional, sean regalo de ni se sabe que dioses o se hayan manipulado en laboratorio. También da bastante pena que gran parte de los movimientos ecologistas carguen contra los cultivos transgénicos exagerando sin medida sus indudables riesgos, y sin embargo no denuncien sin misericordia la ilusión de productividad resolutiva con que se presentan y que resulta mucho más peligrosa. Pero es que gran parte de las propuestas alternativas de esos mismos sectores ecologistas se basa en la propagación de otro espejismo productivo: Suponen y proclaman que la agricultura biológica nos va a poder dar de comer a todos los que somos, y en demasiadas ocasiones consiguen convencer...

Hace setenta años toda la agricultura que se hacía era biológica por obligación, había mucha menos gente que ahora y no había comida para todos. Sin duda los métodos de cultivo de la agricultura biológica de hoy superan en muchos aspectos a los de la era preindustrial. Pero en su núcleo fundamental agricultura es la una y agricultura la otra, y como todas las agriculturas se basa en lo mismo: Destrozar en mayor o menor medida el ecosistema para luego pretender vivir de él... Si se le pregunta a cualquier técnico en ingeniería de ecosistemas acerca de patrones de organización vegetal en el tiempo y en el espacio, correspondencias entre ambientes y comunidades biológicas, sinergias entre cultivos diversos, erstratificación de plantas, sucesiones para mejorar la productividad año tras año, encajes óptimos de fauna, y cosas así, se puede obtener un abrumador volumen de información que costará tiempo y trabajo digerir y asimilar. En cambio quienes diseñamos y gestionamos ecosistemas solemos saber muy poco sobre control de plagas y técnicas de fertilización... Y es que solo excepcionalmente necesitamos intervenir directamente en asuntos de este tipo. Son cosas que se hacen solas en un ecosistema maduro, y para que funcionen correctamente, en general, basta con dedicarse a otro asunto y dejarlas correr: Donde haya algo comestible, más temprano que tarde habrá algo que se lo coma, y si lo primero creaba problemas, lo segundo los resolverá. En nuestros ecosistemas artificiales; creados a imitación de los naturales; suelen instalarse todo tipo de bichos con potencial para convertirse en plagas, pero no molestan porque tras ellos vienen sus enemigos naturales, que apenas les dejan vivir. Hay cierto coleóptero que devora los almendros y otras rosáceas, y es el terror de los fruticultores ya que puede exterminar plantaciones enteras, sobre todo cuando están bien ordenaditas, limpitas y labraditas; según mandan los canones estéticos del invento. Pero en la vorágine de un soto o sabana de producción, si abandonas en el suelo una larva cabezona de ese mismo escarabajo, a los dos o tres minutos se ha formado a su alredor una melé de pequeños depredadores que pelean entre sí para decidir quien se lo come, o directamente lo despedazan vivo tirando cada cual de su parte: Cruel pero eficaz... Con respecto a la fertilización sucede algo parecido. Sabes que el suelo orgánico superficial es como el banquero más estricto y responsable, a quien nadie hubiera podido engañar vendiéndole hipotecas basura, proyectos alucinados o mangoneos de alto riesgo y nivel. Por el contrario solo suelta los nutrientes cuando la coyuntura de humedad y temperatura es la adecuada para que las plantas crezcan, fructifiquen, repongan daños, o hagan lo que les toque hacer. Hasta cierto punto puedes forzarlo a hacer cosas concretas; suministrándole nitrógeno orgánico, ceniza u otros materiales de efecto conocido; pero en líneas generales te conviene confiar en sus facultades y dejar que decida él. No se equivoca: Los cuatro o cinco millones de años de evolución tecnocultural que los monos bípedos venimos protagonizando; por mucho que hayamos corrido; no son nada comparados con más de cien millones de años que los ecosistemas de nuestro planeta llevan evolucionando en el medio aéreo: Señores, señoras, un poco de modestia y verán lo bien que nos salen las cuentas...

La lucha interminable contra las plagas y la fertilización permanente de los campos, son los dos costes más evidentes a los que la agricultura; biológica o industrial; ha de hacer frente de forma obligatoria. Y a través de ellos ve como se le escapa buena parte de su rentabilidad. A esto se une un déficit de producción bruta que en cierto modo le es consustancial: Desde la noche de los tiempos debe haber quedado establecido que hay que poner masas vegetales de una sola especie, o en el mejor de los casos de dos o tres. Así mismo, las plantas deben estar bien espaciadas; se supone que para que no se estorben, o algo así; y entre línea y línea hay que dejar sitio de sobra para que el tractor pase y pueda labrar. De este modo el espacio se infrautiliza varias veces por debajo de su potencial óptimo... En cambio al aplicar técnicamente la ecología científica, se tiende a la máxima diversificación y densidad, y al máximo aprovechamiento: Las plantas se hacinan hasta llenar por completo el espacio disponible en superficie y en altura, y se organizan en el tiempo para que unas preparen el sito a otras, y haya cada vez más biomasa vegetal. Como no se labra, se deja el paso justo para poder entrar recolectando, e incluso los caminos se ocupan con especies de bajo porte que toleren el pisoteo. Ni que dercir tiene que hay que tener muy en cuenta los requerimientos de cada especie concreta en cuanto a sombra, insolación, calor, humedad, dinámica de suelo y otras variables, a la hora de conseguir una distribución organizada y eficiente, pero nada de esto es tan complicado como en principio pueda parecer, y en cualquier caso el resultado merece la pena. Sin duda la agricultura biológica avanza por el camino que conduce hacia la permacultura, aunque quizás con demasiada lentitud. El propio J. Seymour; profeta destacado del movimiento bioagrario; recomendó en su día intercalar cultivos leñosos y herbáceos para conseguir más rendimientos productivos y casi todos los agricultores biológicos se saben la teoría correspondiente al control escosistémico de las plagas, a la autofertilidad del suelo, a la asociación de cultivos y a la sucesión de desarrollo. Aunque luego les pueda la necesidad compulsiva de sentirse protagonistas de todos cuantos eventos ocurran en sus huertos o campos; labren, caven, hagan compost, y no paren de intervenir de forma contínua, innecesaria y contraproducente... Para subir la productividad y la rentabilidad por encima de determinados niveles, hay que perder el miedo a los bichos y a la vegetación exuberante, y hay que ceder el papel dominante al propio ecosistema, sustituyendo los conceptos de control y dominio por los de supervisión y gestión. Todo esto se andará por que el mercado obliga: En tiempos de bonanza económica la gente estaba dispuesta a pagar por alimentos gustosos y saludables el doble o el triple del precio que le pedían por los otros; más insipidos y contaminados; que ofrece la agricultura industrial. Pero las cosas van a estar cada vez para menos lujos y mientras se mantenga esa relación de precios, la alimentación biológica será un lujo más que mucha gente tenderá a recortar. Aún cuando la agricultura biológica no vaya a entrar de golpe en la ingeniería ecosistémica pura y dura, en la medida en que incorpore de forma progresiva métodos permaculturales concretos a sus cultivos, iría ganando en rentabilidad y competitividad. En un escenario futuro; óptimo o al menos muy favorable; esta presión competitiva podría poner a correr a la agricultura industrial y a la agronomía, y obligar a ambas a avanzar, a toda prisa y cogidas de la mano, por un camino de convergencia tecnoecológica. A ver si así fuera...

No todo es comida en los paraísos artificiales de la civilización petrolera, hay también productos de consumo de todo tipo, para todos los gustos y en general de muy dudosa utilidad. Para encontrar la explicación de la permanente avalancha consumista que caracterizó y aun caracteriza a los países del Occidente desarrollado, hay que retroceder de nuevo a la mitad del siglo XX, y ver como quedaron las cosas tras la segunda guerra mundial: El consenso acerca de la seguridad alimentaria fue completo. Agrupó a todos los paises; ganadores, perdedores y neutrales; y el que no se subió al carro fue porque no le fué posible. En cambio hubo diferencias muy grandes sobre como organizar otras muchas cosas. En materia socioeconómica, los paises quedaron polarizados entre dos bloques; el socialismo estatalista y el capitalismo liberal; liderados respectivamente y a veces dominados por Rusia y por Estados Unidos. Aún cuando el capitalismo va más en la línea de que cada cual posea según sus méritos, oportunidades y golpes de suerte; de extraer energía y materiales sin mucha medida y de allá donde se pueda, y que los menos favorecidos se las arreglen con lo que les toque; tenía enfrente y apretando al socialismo; que aún con todos sus problemas de burocratización, equivocaciones de gestión y exceso de dirigismo; daba empleo a toda la población y atendía colectivamente sus necesidades de vivienda, sanidad, educación y seguridad entre otras. Para tener a la gente contenta, de su parte, y prevenir una posible expansión del socialismo, las clases poderosas de los paises occidentales tuvieron que dar eso mismo y algo más: Un nivel de consumo de bienes supérfluos que permitiese la apropiación empresarial del grueso de los beneficios productivos más allá de todo cuestionamiento: Enmascararon las fuertes contradicciones socioeconómicas de casi siempre, bajo una envoltura de sobreabundancia, sobreconsumo y sobredespilfarro... Los tiempos han cambiado: El petróleo barato empezó a agotarse hace ya tiempo. Víctima del acoso occidental y de sus propias exageraciones y rigideces, el socialismo del siglo XX se derrumbó. Ya no hay que guardar las apariencias y si hubiera, apenas habría con qué hacerlo. Todo cuanto ha sido construido desde hace sesenta años tiene su base en el petróleo: Paz, libertad, convivencia, multiculturalidad, bienestar, servicios públicos, artes, ocio, cultura, vida social, tecnología, empleo, turismo, movilidad social... Está por ver cuanto de esto va a sobrevivir a la fuente de energía que hasta ahora lo ha hecho posible, y en qué medida.

UNA HOJA DE RUTA EFICIENTE Y DURADERA

Durante la segunda mitad de los años sesenta; hacia el final de la época del petróleo barato; la economía crecía a ritmo acelerado, había pleno empleo y sobraban bienes de consumo, pero a pesar de todo eso la gente estaba descontenta: Se extendía la percepción de estar viviendo inmersos en una gran mentira, en un sueño bobo e imposible que no iba a durar mucho. Las tensiones fueron en aumento, y finalmente estallaron revueltas de contenido utópico, político y ecológico. Hubo una élite intelectual, minoritaria pero muy influyente, que decidió experimentar nuevas maneras de vivir, más acordes con las necesidades reales, y desconectadas del crecimiento económico, del consumismo y de los ritmos estresantes del sistema industrial... Tras unos meses de manifestaciones, barricadas, adoquines y cócteles Molotov, se puso de moda viajar a la India y a Nepal, buscarse la vida haciendo pendientes y collares, escuchar rock, blues, folk y músicas exóticas, e ir a vivir a comunas. Fue un interesante fenómeno al que la sociología se refiere como la contracultura y al que, más popularmente, se conoce como movimiento jipi. A los pocos años de que se activara este proceso sociococultural, los poderes occidentales permitieron a los paises exportadores de petróleo subir el precio del crudo: De todos modos mimar a la gente y abrumarla con regalos, no les había servido para tenerla contenta.

 

Lo sucedido en su día con las comunas contraculturales constutuye una importante fuente de datos a la hora de diseñar proyectos concretos de economía sin petróleo, y anticiparse preventivamente a los problemas que pudieran surgir. Conviene por ejemplo plantearse qué comunas sobrevivieron a la euforia de aquella primera época y por qué lo hicieron, y hay dos factores que parecen determinantes en este sentido: El ideológico y el técnico. Las comunas que tuvieron un fuerte componente religioso; en general budista o hinduista; gozaron de una mayor estabilidad. Algunas de ellas, más o menos transformadas, han llegado hasta hoy. Al parecer la convicción religiosa actúa como una poderosa fuerza que permite enfrentar todo tipo de dificultades... Sin duda un grupo de jóvenes inquietos, sin apenas experiencia en la vida rural, que intente vivir en el campo en régimen de autosuficiencia y renunciando a diversos recursos tecnológicos, necesitará que algo le reconforte en momentos difíciles, y precisamente para eso fueron diseñados los llamados valores espirituales. En ausencia de éstos, podemos imaginar el caso más típico de comuna jipi de principio de los setenta, como un conglomerado caótico de jóvenes idealistas, tirando de los inevitables oportunistas de turno, y queriendo abrir caminos alternativos, pero sin saber muy bien ni cómo ni hacia dónde. Si además resultó que para poder comer todos los días; o casi; había que echar más horas que un reloj, se puede comprender que la inmensa mayoría de aquellas utopías concretas acabaran en desbandada.

 

Fascinados por todo lo preindustrial, los jipis miraron sin el más mínimo espíritu crítico a las clases campesinas de todo el mundo, las idealizaron, las sacralizaron y quisieron tenerlas como modelo en su búsqueda de formas alternativas de vivir. Pero el campo arrastra una pesadísima carga de errores que tienen su raiz en el fundamento mismo de la agricultura, y lastran a todo el sistema agroganadero y a las sociedades urbanas e industriales que dependen de él. Al asumir los valores del campesinado, los jipis asumieron también sus errores y miserias, las arrastraron, las padecieron y acabaron pagando las consecuencias correspondientes... Por lo mismo resulta difícil imaginar que el mito del buen salvaje no acabase incorporándose al núcleo mismo del ideario contracultural. De "los indios", el jipi valoraba su sencillez y su espontaneidad; reales o supuestas; su capacidad de adaptación y supervivencia, y su vida en armonía con la naturaleza. Quizás no llegaron a conocerlos en profundidad y tampoco aprendieron de ellos lo suficiente: Los salvajes; a los que dadas las connotaciones peyorativas del término, últimamente se suele nombrar más como pueblos indígenas; no son especialmente buenos ni parecen estar muy interesados en serlo o parecerlo, suelen tener ideas extremadamente fantasiosas respecto al mundo, a su origen y a su funcionamiento, viven inmersos en complejísimos y farragosos sistemas institucionales y jurídicos a los que; al menos en apariencia; sobra más de la mitad del contenido, y con demasiada frecuencia se quedan completamente pillados con las camisetas de colorines, el fútbol, los teléfonos móviles, el alcohol y las armas de fuego, volviendo parcial o totalmente la espalda a sus tradiciones culturales. A pesar de ello hay que decir que en general no arrastran ni la décima parte de los lastres inutilizantes que llevan acoplados los campesinos: Da la impresión de que; a pesar de sus fantasías literarias acerca de la vida natural, o quizás en parte gracias a ellas; los salvajes son capaces de gestionar de forma eficiente y duradera los ecosistemas en los que viven: Adecúan sin problemas los ritmos de explotación de plantas y animales a sus ritmos naturales de reposición, establecen sistemas de cupos, vedas y reservas que cumplen a rajatabla, ni labran ni roturan a gran escala, cuando realizan cultivos u otras prácticas costosas e impactantes los reducen al mínimo espacio, y en cultivos de mayor extensión se cuidan de limitar al máximo los efectos degradativos. Es mucho lo que estas gentes tienen para aportar a un futuro común sin petróleo, y no parece casualidad que precisamente ahora estemos asistiendo al ascenso socioeconómico, cultural y político de diversos pueblos indígenas en muchos paises del planeta.

 

Un australiano llamado Bill Mollison, que en el año 1981 recibió el premio nobel alternativo, se preguntó por qué en lugar de arrasar los ecosistemas y manternerlos en el estado de mínimo desarrollo para luego intentar hacerlos producir; como suelen hacer los campesinos en todo el mundo; no se les aprovecha en estado óptimo; imitando en esto a las tribus salvajes; o no se les restaura cuando están deteriorados para mejorar su rendimiento. Concluyó que la agricultura contiene graves errores de fondo, y propuso sutituirla por un conjunto de técnicas fundamentadas en las ciencias biológicas y en la metodología general del diseño, para sacar el máximo partido al territorio; montando y gestionando ecosistemas productivos plenamente desarrollados, y con el mayor grado posible de autonomía. A Bill le procupaban los problemas económicos de los típicos granjeros de su país y también los de sus amigos jipis, que por centenares se habían instalado en el Oeste de Australia, y dedicó gran parte de su tiempo a iniciar a unos y otros en las técnicas que había desarrollado. A quienes le escucharon empezaron a salirles las cuentas: Los granjeros mejoraron su nivel de vida y su compromiso medioambiental, los jipis pudieron seguir siéndolo y muchos de ellos; sorprendiéndose a sí mismos; empezaron a tomarse en serio lo que estaban haciendo y dejando de hacer.

 

Mollison llamó "permaculture" al conjunto de técnicas que propuso. Es una palabra compuesta a partir de dos términos ingleses: Permanent; permanente; y culture; que se puede traducir tanto por cultivo como por cultura. En resumen la permacultura es la aplicación sistemática de un amplio abanico de contenidos científicos y técnicos, a la gestión del entorno en que habitamos. Se basa en la recogida exhaustiva de datos y en su elaboración hasta diseñar estrategias eficientes de intervención, encaminadas a multiplicar rendimientos, reducir dependencias, corregir problemas ambientales y alcanzar una mejor distribución social de los recursos. Aunque como método la permacultura se aplica a múltitud de casos, y obtiene resultados diferentes en consecuencia con las carcterísticas de cada uno, sí que hay unas líneas generales que están presentes en todos o casi todos sus proyectos y realizaciones: Basándose en datos científicos de cuya fiabilidad no caben dudas, la permacultura propone olvidarse del laboreo del terreno para favorecer el desarrollo y la estabilidad del suelo orgánico superficial, asegurando así sus funciones naturales como reserva de nutrientes, almacén de humedad y factor marco de control de plagas. Del mismo modo la permacultura aboga por instalar masas de vegetación productiva tan densas y diversificadas como se pueda; imitando los patrones que espotáneamente se dan en la naturaleza, tanto por lo que se refiere a distribución en superficie, como a estratificación en vertical y al desarrollo a lo largo del tiempo. Todo ello, como siempre, enfocado a obtener el rendimiento más alto y más duradero. Por lo que respecta a la producción animal, la permacultura concluye que la máxima ventaja se obtiene cuando establecemos una correspondencia estrecha entre el ganado y el marco vegetal en el que éste se integra, de forma que no sea necesario aportarle cantidades significativas de alimentos que procedan del exterior. No se tiende en este aspecto a hacer grandes distinciones entre animales silvestres y domésticos, y tanto a unos como a otros se les maneja en régimen de libertad vigilada. Finalmente, la permaculura establece en la mayoría de sus trabajos un claro orden de prioridades que aconseja los recursos locales antes que los exóticos, los biológicos antes que los tecnológicos y los renovables antes que los que se agotarían.

Para gestionar el territorio la permacultura propone organizarlo en zonas y sectores. Las primeras se clasifican en función del grado de control con que se las interviene, y van desde las más intensivas, que son los cultivos hortícolas y los sistemas de granja pequeña íntimamente vinculados a viviendas humanas, hasta los montes, los mares y otros espacios naturales donde se hace una gestión fundamentalmente extractiva, y se establecen reservas biológicas. Entre estas modalidades extremas, hay toda una gama de situaciones intermedias; como huertos y granjas de más envergadura y con entidad propia, sistemas de acuicultura o sabanas seminaturales, diseñadas e instaladas artificialmente sobre antiguos campos de labranza en proceso de restauración. La permacultura contempla la posibilidad de que una sola unidad básica, gestionada por un grupo de tamaño familiar, contenga toda la gama posible de zonas, pero también propone que, en grandes extensiones, los grados de intensividad medios y bajos sean gestionados cuando esto sea posible, desde instancias comunitarias locales o comarcales, o también desde cooperativas, redes asociativas u organismos públicos según convenga a cada caso. De esta forma se configuran sistemas de gestión complejos y eficientes, en los que el grado de control que se ejerce sobre cada unidad diferenciada, su extensión y otros factores, determinan quien o quienes deciden al respecto, y viceversa... En permacultura los sectores se pueden extender por diversas zonas de intensividad y en cada una de ellas reflejan diversas opciones de gestión; tales como la producción de alimento vegetal, forrajes, energía, fibras, maderas, miel y aromáticas, control de factores ambientales, prevención de incendios, didáctica, atracción turística, urbanismo y otras muchas funciones.

Cuando estudia las condiciones naturales y culturales de un área geográfica concreta, la permacultura no sólo determina el estado óptimo de configuración y gestión que le correspondería, también prevé de forma bastante precisa las líneas evolutivas según las que se podría avanzar en dicha dirección, así como los bloqueos culturales que frenarían o incluso impedirían este avance. La gente se encuadra en determinados marcos ideológicos, en los que se combinan percepciones y valoraciones que condicionan las posibilidades reales de considerar problemas y de aplicar soluciones. No solo hablamos de limitaciones en el nivel de conocimientos, en su grado de organización o en la capacidad para llevarlos a la práctica, también de contenidos erróneos que resultan contraproducentes. En los casos más graves de desfase entre ideología y realidad objetiva, casi no es posible anticiparse a las circunstancias y es necesario que las cosas empeoren al extremo; hasta tocar fondo; para que la gente afectada se decidiera a violar sus inercias culturales, sus convicciones y sus valores, dando prioridad a cuestiones de necesidad y de orden práctico. De este modo los procesos de mejora tienden a ser lentos, resultando del aprendizaje al azar, por acierto y error: Se realizan tentativas diversas sin mucho fuste, para repetir luego las que den resultados positivos y descartar las otras... La permacultura prescinde de todo esto, mira desde fuera los condicionantes culturales; como a cualquier otra categoría de factores; va directamente al grano, y a quienes la estudian y la aplican da la posibilidad de ir varios pasos por delante.

Como disciplina científico-técnica rigurosa y fiable, la permacultura es desarrollada y aplicada por diversos institutos, academias y equipos independientes en todo el planeta. Estos organismos se ocupan de investigar, coordinar proyectos, formar técnicos diseñadores, y también de divulgar procedimientos sencillos, fáciles de entender y de ejecutar, que permiten introducir pequeñas mejoras en cultivos y espacios habitables. Esta última función; tan útil, necesaria y que a tantas personas y comunidades beneficia; está sin embargo en la raiz de un problema que afecta al movimiento permacultural en muchos lugares donde ha alcanzado una repercusión social de cierta importancia: Se extiende la idea errónea de que la permacultura es una colección de procedimientos puntuales y queda apartado lo que constituye su núcleo fundamental: El enfoque global y exhaustivo de situaciones y actuaciones, y la metodología general de diseño. Sin duda es un efecto colateral inevitable, pero el caso es que afecta a la forma en que la gente la ve, y al nivel de credibilidad del movimiento permacultural en su conjunto.

Otro problema que la permacultura ha encontrado en su proceso de expansión y desarrollo, íntimamente relacionado con el anterior, deriva de su propagación en áreas culturales en las que los fundamentos científicos son escasos o, más aún, brillan por su ausencia: A finales de los años ochenta y principios de los noventa se desarrolló un movimiento de carácter mistico-alternativo al que se ha dado en llamar "New Age"; es decir, nueva era; que viene a ser como una especie de neojipismo descafeinado con fuertes influencias budistas, hinduistas, gnósticas y abundantes ingredientes étnicos y folklóricos. Quienes se presentan como adelantados de esa nueva era, hacen frecuentes referencias a la teoría de la relatividad, a la mecánica cuántica, al paradigma sistémico y a otros contenidos científicos, sin haber entendido muy bien de qué va la historia. Y por supuesto no dudan en afirmar que todo eso de la permacultura lo entienden perfectamente y lo tienen controlado... Cuando a alguien sensato le llegan mezclando conceptos tecnoecológicos con espíritus, ovnis, ángeles, devas, karmas, reencarnaciones, atlántidas, lemurias y demás películas, lo más normal es que el sujeto así asaltado, ponga permacultura y ecología aplicada en el mismo saco que todo demás y lo tire a la basura o, como mucho, lo guarde en el baúl de las chorradas...

La permacultura es, hasta el momento, el marco teórico-práctico más eficaz a la hora de desarrollar sistemas que resulten viables cara a un futuro de petróleo cada vez más escaso. Y lo es porque; caso único; reúne dos factores complementarios con un gran efecto multiplicador: De un lado las pulsiones de rechazo frente a la civilización petrolera que esta generó en su auge, durante la segunda mitad de los años sesenta. De otra el rigor objetivo del método científico-técnico... No sabemos hacia donde va a ir la permacultura en los próximos años, hay varias posibilidades: En el mejor de los supuestos el movimiento permacultural crecería englobando a cada vez más gente, los sistemas autónomos, eficientes y duraderos proliferarían por doquier, y generarían patrones consecuentes de comportamiento sociopolítico, cuya influencia iría en aumento... Sin embargo la prudencia aconseja suponer que las cosas no van a suceder de esta manera. Vale más considerar las probabilidades de que vayan por otros caminos menos favorables y menos directos: La permacultura podría naufragar en un mar de nuevas y viejas irracionalidades y diluirse en él. Quedaría entoces como esa colección de procedimientos fijos a la que antes aludía, ejecutados por gente que, desconociendo en gran parte sus fundamentos, resultaría incapaz de modificarlos para adaptarlos a circunstancias cambiantes. Algo se habría avanzado aunque no todo lo posible y, seguramente, tampoco lo necesario.

Las áreas de la comunidad científica más integradas en los engranajes de la civilización industrial no son ajenas a todo lo que implica el agotamiento inevitable del petróleo: Entre sus funciones está plantearse problemas y encontrar suluciones. Por otra parte los organismos independientes que se ocupan de la permacultura no son compartimentos estancos: Muchos permacultores son a la vez biólogos, ambientólogos, ingenieros agrónomos, tecnólogos, empresarios o economistas, y tanto en sus actividadades profesionales como en su vida privada suelen funcionar como canales de ideas que ponen en comunicación ambos campos. El resultado es que son cada vez más los contenidos de la ciencia y la técnica institucionalizadas; y también del mundo de la empresa; que recogen aspectos de productividad biológica autónoma, de restauración de ecosistemas deteriorados, de gestión eficiente y duradera de recursos naturales, de estrategias complejas de abastecimiento energético, de formas de afrontar el desbarajuste climático, y otras muchas. Como sucede, por ejemplo, en los ecosistemas forestales una vez que han alcanzado el límite del crecimiento, la civilización industrial va a tener que crecer hacia dentro multiplicando su eficiencia, diversificando sus funciones, acortando sus flujos, miniatrurizando sus estructuras... La ventaja que tendrán quienes participen en estos procesos desde la perspectiva permacultural radica en que tendrán en sus manos la hoja de ruta que, obligados por las circunstancias, todos vamos a tener que seguir, y que en sus aspectos generales está diseñada desde hace ya más de treinta años.

 

VISIONES DEL FUTURO

La imaginación al poder, gritaron los contestatarios del sesenta y ocho, y hubo quien quiso dar carta de legitimidad a no importa qué historia con tal de que fuera ocurrente... Cosas útiles han quedado de aquello, porque en la metodología del diseño permacultural la imaginación creativa; atada de corto por la disciplina del método científico; tiene su papel: Una vez que has elaborado los datos disponibles, y has construido las estrategias, patrones, proyectos, y planes de intervención y evaluación que fuese menester, si no has terminado en la consulta del psicólogo, puedes dar trabajo a tu cerebro derecho e imaginar todo ya montado a uno, dos, cinco y diez años vista. Esto, si se hace bien, puede ayudar a corregir errores de bulto, pulir detalles, y ajustar previsiones y posibilidades futuras... Son facultades que hemos heredado de nuestros remotos antepasados cuando vivían en el ecosistema natural y, aunque a penas hablaban todavía, se veían obligados a anticiparse a las jugadas. Hay una forma de hacer previsiones que casi nunca falla: Se trata de describir todas las opciones posibles; o al menos las más significativas; y en función de las circustancias asignar a cada una de ellas un rango razonable de probabilidad. Hay poca gente que pueda hacer esto eficazmente sin ayuda de un ordenador o al menos de un lápiz y un cuaderno. Aplicar este patrón de pensamiento al ámbito sociocultural puede ayudar mucho: Siempre hay varios futuros posibles y casi siempre tenemos la impresión de que actuando de forma adecuada podemos hacer que finalmente suceda el que preferimos.

Existe la posibilidad óptima de que este planeta, una vez sin petróleo, albergue una sociedad ecológica, socialista, democrática y con capacidad para evolucionar ordenadamente por mucho tiempo. Tampoco es difícil imaginar un sistema tecnoburocrático, con los controles sociopolíticos pertinentes, donde la gente tenga que delegar decisiones en equipos de expertos, y ajustarse a planes generales elaborados por instituciones públicas o por agentes sociopolíticos diversos. Algo más de trabajo cuesta imaginar un mundo ecológicamente equilibrado y a la vez asentado en fundamentos conservadores, según proponen las religiones de corte patriarcal y recogen ciertos relatos épico-ecológicos, muy populares durante la segunda mitad del siglo pasado y lo que va de este. Y por último aterroriza la perspectiva neofeudal, conflictiva a más no poder, que reflejó la literatura apocalíptica de los años setenta y ochenta, o una sociedad hiperjerarquizada donde todo esté controlado, dirigido, asignado y predeterminado, como advirtió el género antiutópico tan de moda en esa misma época... Vayamos por partes.

Aunque poca gente pone en duda hoy en día que el estado de Israel tenga derecho a existir dentro de fronteras aceptadas y seguras, muchísima más gente considera que, a la vista de los resultados, su creación fue un monumental error de la comunidad internacional, una pifia que ya no tiene remedio. Desde otra perspectiva, podemos pensar que las circunstancias históricas obligaron: Después de lo que los nazis les hicieron, y dada la determinación que los judíos tenían desde mucho antes, no quedó otra... Entre los pioneros israelíes hubo muchos socialistas y por ello, en la creación del nuevo estado, esta opción política tuvo un peso importante. Entre los matices de estilo que el socialismo sionista introdujo, nos interesan especialmente las comunas populares que se conocen con el nombre de kibutz. Expulsados, vapuleados y desarraigados una y otra vez en todo occidente, los judíos no tenían experiencia ni tradición de vida rural y tuvieron que improvisar e inventársela. Así que en el aspecto técnico, se apuntaron sin dudar a la "revolución verde", que empezaba a rodar justo en aquella época, y en el sociocultural optaron por agruparse para afrontar así el necesario proceso de aprendizaje y acelerarlo. Nada que ver con el típico desbarajuste de las comunas jipis, los kibutz suelen ser ejemplares en lo que a organización social y eficacia productiva se refiere: Dejando de lado aquellos que siguen ideas religiosas, los de inspiración socialista; que son mayoría; se rigen por métodos asamblearios, rotan periódicamente los cargos directivos, y tienen en común la propiedad del territorio; aunque cada familia gestiona privadamente pequeñas parcelas. También es común la propiedad de los medios de producción y de las rentas, tienen organizados colectivamte todo tipo de servicios, como escuelas, guarderías, comedores y atención médica, entre otros, y dado que suelen estar ubicados en zonas de frontera, asumen funciones importantes en las arduas tareas defensivas de su país... La convergencia entre permacultura y kibutz es un proceso sistémicamente determinado que sucederá de forma casi inevitable en un futuro y que probablemente ya haya comenzado. Quede para otro momento la búsqueda y exposición de datos concretos referidos a este asunto, por que aquí y ahora de lo que se trata es de visualizar uno de los muchos futuros posibles: Una unidad productiva y de convivencia de tipo socialista y rural, al modo de los kibutz israelíes, que hubiese asumido y desarrollado plenamente los métodos permaculturales, así como una sociedad en la que una red de sistemas de este tipo fuese el eje principal de la economía ¿Somos capaces de imaginar algo así? Intentémoslo al menos...

Al modo de los cazadores de grandes operaciones del pleistoceno tardío, de los que son herederos directos, los pescadores de hoy en día tienen cierta tendencia a pasarse de rosca y a sobreexplotar los caladeros. Hacia el final del pasado siglo, en Alaska, el fletán estaba prácticamente extinguido y las poblaciones de otros peces comerciales se encontraban bajo mínimos. En USA no hay tanta protección social como en Europa, de modo que la gente lo pasó bastante mal y entraron en una depresión colectiva. La esperanza suele ser lo último que se pierde, pero cuando finalmente desaparece del todo, la gente empieza a estar dispuesta a lo que sea y se abre un amplio abanico de posibilidades. Llegados a este punto, las autoridades federales propusieron la creación de un organismo tecnocientífico con plena potestad para decidir qué había que pescar, cuánto, cuándo, dónde, cómo y quién. La gente lo aceptó, y los resultados no se hicieron esperar mucho: A los cinco años volvían a salir las cuentas...

 

En la creación de algunos espacios protegidos de África Oriental se dió a la gente a elegir entre dos opciones claras y bien delimitadas: Aceptar una serie de reglas, encaminadas a preservar la biodiversidad y el potencial de los ecosistemas, o largarse con viento fresco. Esto puede parecer cruel y despiadado, pero a la vista de los resultados no resultó nada inconveniente. Entre las normas comunes a casi todos los casos estaba no tener ganado de pastoreo o reducirlo a un cupo determinado, no cultivar cerales de forma extensiva y no cazar determinadas especies animales escasas y amenazadas. Se les permitía cultivar ciertas zonas en régimen intensivo, recoger leña muerta, tener ganado de granja y cazar los herbívoros más abundantes, aunque no comerciar con sus productos. Pasado un tiempo los lugareños dejaron de quejarse y de reivindicar "sus derechos", al ver que ellos seguían comiendo todos los días por sus propios medios, mientras que las tribus vecinas dependían cada vez más de las ayudas internacionales, enmedio de un paisaje devastado y polvoriento, sin hierba ni árboles, lleno de vacas moribundas y de bandadas de buitres al acecho... Aún así la política de naturaleza que sigue Kenya y otros países cercanos, deja mucho que desear: Desde una filosofía radical de no intervención, se cruzan de brazos mientras las poblaciones de fauna silvestre pasan por ciclos de crecimiento y de mortalidad, de modo que periódicamente la tuberculosis y otras enfermedades dejan las sabanas sembradas de carne podrida. En cambio en la Unión Sudafricana las autoridades intervienen de forma sistemática los espacios naturales, entre otras cosas para evitar que la densidad de fauna se acerque a límites críticos, por encima de los cuales dañarían la vegetación y se dispararía el riesgo de infecciones masivas. La carne y otros productos así obtenidos son redistribuidos o comercializados de formas diversas, y los espacios protegidos son a la vez ecosistemas en producción. Muchos granjeros particulares han encontrado rentable este modelo, lo han copiado y han convertido en reservas productivas de flora y fauna sus antiguos campos y pastizales. Actualmente las ferias de ganado de por allí suelen ofrecer cebras, antílopes, avestruces, búfalos y rinocerontes, y es éste el único pais africano al sur del Sahara donde la dieta no es deficitaria en proteinas... Hay bastantes ejemplos más, pero basten estos tres para dejar claro que la planificación ecológica, a cargo de científicos y técnicos cualificados, da buenos rendimientos y es estrictamente necesaria en múltiples supuestos, mal que pese a los defensores acérrimos de la libertad de iniciativa y de mercado.

 

En Europa Occidental hay pocos espacios naturales, protegidos o no, que ocupen grandes planicies. Abundan algo más en Europa del este y son relativamente comunes en Asia, Australia y las Américas. Es tendencia previsible que, en un futuro próximo, las políticas para este tipo de espacios vayan evolucionando de forma parecida a como ha sucedido en Sudáfrica, y se implanten estrategias de gestión que tiendan a compaginar conservación y aprovechamiento equilibrado. Así la gente verá atendidas sus necesidades, se conseguirá más implicación social en los proyectos medioambientales, y habrá un marco favorable para proteger más y más ecosistemas. También para restaurar zonas devastadas por la agricultura y la ganadería convencional, con el objetivo de incrementar tanto sus valores genéticos y ecológicos como su potencial de producción. En lo sucesivo va a ser cada vez más difícil proteger espacios naturales en contra de la voluntad de las poblaciones locales. Se necesitará articular las estrategias de conservación de la biodiversidad con otras, íntimamente ligadas, que de una u otra forma hagan llegar a la gente las rentas de los productos y servicios generados por el ecosistema; tales como agua, carne, frutos forestales, setas, trufas, espárragos, madera y turismo, entre otras. También se habla cada vez más en círculos científicos comprometidos, de restaurar la gran fauna del pleistoceno, reintroduciendo especies extintas o, en su lugar, parientes próximos que hayan sobrevivido. Se trata de recuperar funciones perdidas, que en conjunto redunden en una mayor estabilidad y regulación del ecosistema. Si somos capaces de imaginar las planicies ibéricas convertidas en sabanas con abundancia de árboles frutales y madereros, tapizadas por matorrales y herbazales perennes, y pobladas de cérvidos, jabalíes, équidos, toros, bisontes, rinos y elefantes; todos ellos convenientemente vigilados y controlados; nos costará poco trabajo prever las redes de distribución e intercambio que a partir de ahí pueden ser desarrolladas, y la rentabilidad monetaria que todo eso, bien llevado, podría aportar...

 

Tolkien construyó su célebre espacio mitológico con ingredientes tomados de la tradición oral europea: Los elfos de los bosques, los hobbits de las campiñas, los enanos de las minas, los hombres de los prados alpinos, los magos y los ents. Seres que representan arquetipos fundamentales del subconsciente colectivo continental, pero no todos los que son: Muchas de las culturas que nos han dado origen; como iberos, éturos, sabinos, iliotas y fineses; fueron de organización matrilineal, cuando no decididamente matriarcales. Y Tolkien que pese a su ecologismo visceral era un conservador recalcitrante, empaquetó a todas estas gentes en el cajón maldito de "las tribus" y las añadió a las huestes del anillo único junto a orcos, trolls, uruks y demás familia. Así se evitó incluir en el repertorio de "los buenos" alguna dama guerrera que recordara a Brunilda de Islandia; novia de Sigfrido en Los Nibelungos; o pasar por el trago de que Légolas tuviera que ser; como bien hubiera correspondido; la versión nórdica de Artemisia. En cualquier caso las protestas imaginativas de los jipis de los primeros setenta apostaron por Gandalf como candidato de coña a las presidenciales norteamericanas, y dieron tanto a la obra como a sus personajes un aval que ha podido inducir a muchos, e incluso a algunas, a tomar la trilogía del anillo como texto sagrado... La genial adaptación cinematográfica de la obra, pese a que Jackson añade y quita pinceladas para despojarla de los más claros matices sexistas, también opera en ese mismo sentido, fortaleciendo el mito en todos sus aspectos... J. Seymour es otro de esos ecologistas conservadores, también de molde sudafricano como Tolkien, que sentó escuela dentro del jipismo y de sus derivados. Sus publicaciones fueron eminentemente prácticas y las concibió para ayudar a obtener la autonomía alimentaria en familia o pequeña comunidad, rescatando diversas prácticas tradicionales de la campiña preindustrial inglesa. Hay muchos datos puntuales que resultan interesantes en la bibliografía de Seymour, pero toda ella está impregnada de un tinte retro que la lastra hasta convertirla en algo parecido a una bomba de relojería: Genera más entusiasmo que prudencia y; por un camino de retorno a un pasado preindustrial, románticamente idealizado; conduce a las absurdas e interminables tareas de ese mismo pasado pero ya, sin tanto adorno, en su versión más cruda, real y sudorosa. Así, por ejemplo, en gran parte de su obra, Seymour hace apología radical de la labranza, e incluso se atreve en algún párrafo a criticar superficial y despectivamente la permacultura. Una crítica que no se sostiene, pero que puede resultar convincente para quien carezca de un nivel suficiente de conocimientos tecnocientíficos... Quizás el ideólogo más lúcido y más serio de cuantos puedan encuadrarse en la corriente del ecologismo conservador haya sido E. F. Schumacher; comendador de la Orden del Imperio Británico, para más señas. A él debemos múltiples conceptos útiles e interesantes, como casi todo lo relativo a las economías de escala (small is beautiful), la tecnología intermedia; entendida como aquella que siendo de nivel alto puede ser desarrollada por medios artesanales; aunque también nos legó farragosas disquisiciones acerca de una llamada "economía budista", que no se entiende muy bien si no es como argumento táctico, en una época en la que el orientalismo estaba tan de moda.

 

Desde puntos de vista de este tipo, restaurar paisajes agrarios preindustriales y recuperar técnicas tradicionales diversas, obliga por extensión a defender formas tradicionales de vivir y organizarse. Y así es como se ha incorporado al ideario ecologista la defensa de formas de familia heredadas; de hecho o de supuesto; del feudalismo medieval. Por ahí se ha colado también su necesario complemento: La restricción de los aspectos más públicos, socializados y socializadores del erotismo cultural, y de las prácticas sexuales más desligadas de la reproducción. Por muy gratificante que pudiera resultar reconciliarse con la fe de nuestros abuelos, no sería menos imprudente: En la práctica, apostar por formas tradicionales de familia en la Europa de hoy es fomentar frustraciones, despistes varios, tensiones culturales sin salida y, como consecuencia estadística, trastornos mentales de todo tipo. Y esto cuando se nos vienen encima problemas mucho más reales, dados por fuerza de los hechos, que aconsejan tener la mente lo más lúcida y centrada que resulte posible: No está claro lo que vamos a comer en un futuro próximo, tampoco si vamos a tener para todos y, si no hubiera, como se lo va a tomar la gente más perjudicada. La familia jerárquica, indisoluble, cerrada, autónoma y casi soberana que defienden los tradicionalismos, produce un déficit de sociabilidad a niveles superiores, que da margen a que se desarrollen organismos de poder separado que se superpongan a la población, la gobiernen según intereses ajenos a ella, la exploten y la metan en líos de las más diversas características. Esto es más difícil en un kibutz, en una comunidad local bien cohesionada, organizada e institucionalizada, o en ciertas tribus dotadas de funcionamiento democrático. Y lo es porque es la propia sociedad quien se dota de los correspondientes órganos de servicio y de gobierno, los controla y, si no responden al interés colectivo, los revoca y los sustituye. En tales casos, las estructuras familiares son menos rígidas, los divorcios son frecuentes y poco traumáticos, y existen estructuras de colaboración extrafamiliares para asuntos diversos, que no necesariamente se fundamentan en relaciones de parentesco. Quienes aspiren a crear poderes separados, situados por encima de la población y atropellando sus intereses, fomentarán más las relaciones familiares de aquel tipo que las de éste... ¿Quien sabe si en algún momento, cuando ya el derrumbe de todo lo industrial sea evidente e inminente, los elementos retro que hoy se diseminan por todo el espectro político, harán suyos los postulados del ecologismo más coservador, romántico y tradicionalista? La perspectiva de caos generalizado es un poderoso argumento que puede convencer incluso a las mentalidades más cerradas: A pesar de los pesares, algo habremos ganado.

 

Mucho más fácil que prever el futuro es describir los ingredientes que le darán forma, aún sin poder precisar las proporciones relativas de cada uno de ellos: Combinación complementaria de dispersión familiar e iniciativa privada, o protagonismo comunitario. Predominio del mercado; con riesgo de desestructuración, conflicto y salidas demasiado autoritarias; o dirección desde organismos públicos democráticos y técnicamente cualificados... Entre estos polos está el abanico de posibilidades dentro del cual lo que se haga a partir de ahora definirá lo que suceda más adelante.

 

DE LASTRES Y ESTORBOS

En ecología se llama estrategas de la R a organismos poco especializados, con estructuras y funciones poco diferenciadas, de crecimiento rápido y vida comparativamente corta, que confían su supervivencia a altas tasas de reproducción para afrontar mortalidades igualmente altas. Por el contrario se denomina estrategas de la K a otros organismos más especializados, que presentan mayor grado de diferenciación, crecimiento lento, vida larga, supervivencia individual bastante asegurada y tasas de reproducción más bajas. Por lo que respecta a la vegetación vascular aérea, las especies más R son las hierbas anuales; como los cereales, las legumbres de cultivo, los girasoles, las amapolas y muchas más. Las más K son los árboles que suelen protagonizar las fases de máxima madurez en bosques de tipo templado, mediterráneo y subtropical; como robles, castaños, laureles, encinas, olivos y algarrobos. Entre ambos extremos hay muchos grados diferentes, ocupados en orden R-K por hierbas perennes; como diversas gramas, la alfalfa o el hinojo; matas desecables; como los tomillos, romeros y jaras; y árboles de crecimiento rápido; como los pinos, eucliptos y álamos. Entre los animales herbívoros, los casos más típicos de estrategas R son los conejos, las ratas, los ratones y muchos otros roedores. Son K los elefantes, tapires, rinocerontes, toros y tortugas, en tanto que hay muchas especies ocupando posiciones intermedias; como las liebres, los castores y otros roedores especializados, las avestruces, y una larga colección de cabras, ovejas, antílopes, ciervos y équidos. Por lo que respecta a omnívoros y carnívoros, los más R son los cuervos, los lobos, los zorros y en general la mayoría de los cánidos, mientras que podemos considerar K a los osos, a las grandes rapaces y a la mayoría de los félidos. La polaridad R-K no solo se aplica a especies, también es útil para calificar y valorar ecosistemas. En general un ecosistema es tanto más R cuanto menos avanzado está en la sucesión de desarrollo, y más K cuanto más avanzado y maduro. Un criterio objetivo y bastante eficaz para calificar en términos R-K ecosistemas concretos es establecer la importancia relativa; en biomasa, en potencia o en ambas combinadas; de especies vegetales y animales más o menos escoradas hacia un lado u otro de la polaridad. En líneas generales la gradación R-K de los ecosistemas aéreos más importantes, tiene como primer nivel los herbazales anuales del desierto profundo, o los que ocupan ambientes muy inestables o desestabilizados en otros contextos climáticos, incluidos los campos de labranza. El segundo escalón está ocupado por las praderas y las tundras. Un tercero reune tanto a matorrales semiáridos con predominio de desecables, como a las sabanas más arboladas y arbustivas, a pinares, eucaliptales y otros bosques densos de crecimiento rápido, y a la mayoría de los cultivos arbóreos o arbustivos. Por último el cuarto nivel se reserva para las garrigas densas más maduras y los bosques de crecimiento lento y máximo desarrollo, ya sean espontáneos o culturales. Los criterios biocibernéticos permiten considerar que los ecosistemas son procesadores de datos, entenderlos como campos de información y relacionarlos transversalmente en función de similitudes de este tipo, aún cuando sus características particulares sean de lo más diverso. El estudio general de las propiedades de campo R y de campo K aplicadas a ecosistemas sociales, así como los patrones de transición e interacción entre ambos, permiten entender muchas de las cosas que pasan actualmente y anticiparse con un razonable nivel de fiabilidad a otras que están por llegar.

A igualdad de potencia, todo campo K posee más información que un campo R, es más estable y dispone de un catálogo de estrategias varias veces superior. Cuando dos campos; R y K; de similar potencia entran en contacto, el segundo explota al primero extrayendo de él energía y nutrientes, y le devuelve información que acelera su desarrollo evolutivo en sentido K. El ejemplo más típico nos lo da la franja de contacto entre un bosque y una pradera, en un lugar donde el potencial climático corresponda al primero y la segunda esté desempeñando una función sdustitutiva y sucesional: Casi todos los herbívoros de tamaño medio y grande, así como la mayoría de los depredadores, descansan y se refugian en la arboleda, pero obtienen en el herbazal la mayor parte de lo que comen. Sus excrementos enriquecen el suelo forestal con la biomasa que proviene directa o indirectamente de la hierba. Lo que herbívoros y omnívoros comen dentro del bosque es proporcionalmente poco, pero tiene una importancia decisiva: Consiste sobre todo en frutos carnosos que contienen semillas, y algunas de éstas acaban en medio del herbazal, envueltas en masas de nutritivo estiércol... Al recortar la hierba; y aunque devoren algunos de ellos; los herbívoros de frontera favorecen a los plantones forestales, y en tiempo record, el prado se transforma en sabana, la sabana en garriga frutal y, más tarde, el bosque maduro reconquista el terreno y expande su dominio.

Aún cuando no sea explotado y gobernado por un campo K, todo campo R tiende a evolucionar en sentido K, aunque en este caso el proceso suele ser mucho más lento y sigue un camino diferente. Por seguir con el ejemplo del bosque y la pradera, consideremos lo que suele pasar en una de estas últimas, que esté en clima forestal y lo suficientemente alejada de masas arboladas, como para no recibir nunca o casi nunca la visita de herbívoros de frontera. En este caso el juego de herbívoros y depredadores propios del herbazal, va regulando las poblaciones de unos y otros, y favorece la acumulación de suelo orgánico superficial. Éste conviene a especies herbáceas cada vez más grandes y estables, pero también a matas desecables, a arbustos de garriga y a árboles de crecimiento rápido. Muchos de éstos últimos utilizan el viento para propagar sus semillas y; por cuestión de probabilidad; en uno o dos lustros habrán invadido el lugar desde emplazamientos lejanos. Los herbívoros locales pueden destruir muchos de los plantones en crecimiento, pero basta con que sobreviva un reducido porcentaje, que crezca y se reproduzca, para que la avalancha de frutos sea tan masiva y recurrente que no haya comunidad herbívora capaz de frenarla. Así que al cabo de veinte o treinta años, el sitio habrá sido ocupado por un bosque de crecimiento rápido; si hablamos del entorno euromediterráneo, normalmente un pinar; y en poco tiempo éste sentará las bases para que se instale la garriga de frutales y, más a largo plazo y si las condiciones climáticas lo permiten, el bosque maduro; que en ese mismo entorno será según los casos un sabinar, un olivar, un algarrobal o un quercetal. El papel determinante en el tránsito del bosque de crecimiento rápido al titular, lo suelen realizar propagadores de semillas como los jabalíes y ciertas aves frugívoras, entre las que destacan estorninos y palomas, que se desplazan en grupo y a grandes distrancias, aunque también algunos roedores; como ardillas y lirones; cuyo radio de acción es mucho menor y sus efectos se dilatan mucho más en el tiempo.

Todo campo R desarrolla estrategias encaminadas a oponerse a la sucesión e impedir su transformación en campo K. En muchos casos estas estrategias son autodestructivas e implican una intensa devastación de todo el ecosistema, incluidos muchos organismos R. Podemos seguir con los procesos de maduración forestal como ejemplo de referencia: Es célebre la propensión que los pinos tienen a quemarse. Su resina es combustible y en los peores incendios forestales es posible ver como algunos pinos estallan, literalmente, por efecto del calor antes incluso de que las llamas les alcancen. Un pinar que está siendo atacado por la garriga de frutales y el bosque titular, se debilita. Las plantas K captan cada vez más agua, los pinos se resecan, algunos mueren y, con ellos, todo el monte se convierte en yesca. Basta que caiga un rayo, que un cristal o una gota de agua hagan de lupa, o que a algún jilipollas se le descontrole una fogata, para que se monte la tangana... Por probabilidades, muchas plantas de la foresta madura habrán perecido en el incendio o habrán sufrido graves daños, dejando tiempo y espacio para que los pinos; a cuyas semillas les encanta la ceniza; conserven el control del terreno durante alguna que otra década más. A veces sin embargo al pinar; en este jueguecito; el tiro le sale por la culata: En el último gran incendio de Cazorla, los lentiscos y las coscojas; que son las plantas dominantes de la garriga madura; estaban lo suficientemente desarrolladas como para conservar un alto potencial de crecimiento en raiz después de que ardieran sus partes aéreas, y al parecer también la coyuntura hidrológica puso de su parte. El caso es que a los pocos años el monte se cerró de lentiscar, con aladierno y coscoja, y una buena cobertura de relleno formada por matas desecables. Entre todas han cerrado el paso a los pinos, dejándoles para que se vuelvan a instalar tan solo las zonas más pedregosas y algunas otras áreas marginales. La combustibilidad de los pinos; seleccionada evolutivamente para facilitar catástrofes y meter al ecosistema en interminables ciclos de carga-descarga; ha servido en esta y en alguna otra ocasión para justo lo contrario: Para cortar el rollo por lo sano y despejar el camino que conduce directamente al bosque mediterráneo maduro... Para bien de casi todos.

 

Cuando, estando en contacto dos campos de información, R y K respectivamente, la desigualdad de potencia es muy favorable al primero de ellos, es frecuente que el campo R desestructure al K, lo degrade y lo colonice, invierta su sucesión de desarrollo y lo retrotraiga en parte a un estado R anterior. A partir de esa situación el futuro evolutivo de ambos campos queda vinculado: Ambos evolucionarán como un solo conjunto hacia una situación K, en el que el segundo campo, si ha conseguido conservar datos suficientes, se configurará de forma similar a como ya lo estuvo, y tendrá un papel determinante en la configuración definitiva del primero, que en su día lo desestructuró. Sigamos hablando de bosques y herbazales: Muchas praderas lo son por que ocupan lugares donde la estación desfavorable; fría, seca o ambas cosas a la vez; es demasiado dura para que crezca el arbolado y los arbustos de garriga. Pero en lugares de ese tipo hay zonas donde convergen las aguas, fluyen y se acumulan. De este modo la humedad da para que haya árboles y el efecto termorregulador de la masas de agua impide que las temperaturas caigan tanto como para dañarles. Por eso las galerías forestales contornean ríos, lagos y pantanos, interrumpiendo las praderas en zonas diversas donde el clima general es más favorable a éstas últimas. En ocasiones, y para desgracia de la arboleda que la rodea, sucede que una determinada poza sea durante la estación seca el único punto de agua en varios kilómetros a la redonda, de modo que todos o casi todos los herbívoros del entorno acudirán allí regularmente para beber y, sobre la marcha, comerán cuanto encuentren a su paso. Si hablamos de un lugar con megafauna completa; con elefantes, rinocerontes, caballos, toros, pequeños rumiantes y jabalíes, el destrozo puede ser integral, la cobertura arbórea puede desaparecer casi por completo y la vegetación quedaría reducida a una jungla baja de herbazal húmedo... Pero es posible que al tiempo los leones, las hienas y los lobos se percaten del evento y conviertan, no solo el enclave sino también todo el entorno, en su cazadero preferente. También puede ser que; sobre todo si estamos en una reserva de Sudáfrica; los guardas intervengan para estabilizar la situación abatiendo el exceso de antílopes, jabalíes y cebras, como mínimo. En cualquiera de ambos casos disminuirá la presión de herbívoros, no solo por que desaprecerán muchos de ellos, también porque al resto, el sitio ya no les interesará tanto. Y con presión aliviada, el ecosistema empezará a desarrollar sus componenetes leñosos: La galería forestal se irá reconstruyendo y a su alrededor una buena porción de pradera tenderá a convertirse en sabana arbolada o arbustiva, según corresponda.

 

En zonas templadas con fuertes sequías estacionales; y en otras tropicales donde además todo el año es muy cálido; el riesgo de incendio es altísimo y cada poco el fuego hace acto de presencia. En esas condiciones, para minimizar pérdidas, el ecosistema ha de configurarse en consecuencia: De entrada tienen ventaja selectiva todas aquellas especies vegetales capaces de sobrellevar el fuego, bien porque rebroten vigorosas desde sus partes subterráneas después del desastre, bien porque aún muriendo al arder, sean de crecimiento rápido, se vean favorecidas por las cenizas y se den prisa en germinar porque tengan semillas muy refractarias o con mecanismos rápidos de propagación. Pero además, el ecosistema expuesto al fuego, extraordinariamente rico en pasto, puede albergar una poderosa megafauna, que caso de no haber sido exterminada lo reconfigura dándole una mayor resistencia. Ésta puede incluso llegar a convertirse en plena inmunidad frente a las llamas: Los elefantes podan los árboles retirando las ramas más bajas y clarean la arboleda impidiendo que la mayoría de las copas entren en contacto con otras, mientras los medianos y pequeños herbívoros eliminan gran parte del estrato arbustivo y recortan a ras la hierba. Y ni que decir tiene que, como siempre, los depredadores cuidan para que ninguna especie prolifere en exceso y de gestora pase a ser desestructuradora. Así las cosas, a las llamas no les queda más que correr por abajo, devorando la poca hierba que quede sobre el suelo en la estación seca y sin poder alcanzar el techo de la sabana...

 

En la situación actual, la civilización petrolera se parece en muchos aspectos a un bosque de crecimiento rápido que se acerca al límite de su desarrollo, y en el que empiezan a aparecer las especies más K, propias del bosque maduro. Pero hay también algunas diferencias importantes: En la transición forestal el flujo energético permanece constante, y tanto el pinar como, supongamos, el olivar-algarrobal dispondrán de la misma potencia de entrada, aunque el segundo la aprovechará con más eficiencia que el primero. Mejor ejemplo sería un banco de ostras, mejillones u otros organismos marinos que obtengan su alimento mediante filtrado, y especialmente lo que sucede cuando la corriente que le lleva plancton y nutrientes en grandes cantidades, empieza a flojear como consecuencia de reajustes debidos al cambio climático o a la construcción de algún nuevo puerto deportivo: El ecosistema se enfrenta a una inexorable disminución de potencia, ha de cambiar sus estrategias de captación de energía, dando prioridad a la fotosíntesis, aumentará su diversidad genética y ecológica, y reajustará la práctica totalidad de sus funciones y estructuras para multiplicar hasta lo posible sus niveles de eficiencia. Hay muchos otros ejemplos posibles, pero exceden el propósito de estos artículos. Quede para quién desarrolle interés especial en el tema, la labor de encontrarlos y estudiarlos a fondo, así como la de establecer los correspondientes paralelismos entre ecosistemas espontáneos y ecosistemas sociales, y extraer las lógicas consecuencias... Sépase que no estará inventando nada nuevo, pero sí aplicando una disciplina científica; transversal y generalista; que cayó en el olvido desde poco después de los años setenta: La teoría de sistemas generales. Una de las propuestas de uno de sus más grandes valedores; H. T. Odum; fue utilizar los ecosistemas naturales como simuladores; ordenadores analógicos podríamos decir; para modelar, estudiar, predecir y gestionar sociedades en proceso de maduración, crisis y cambio.

 

Aquellos de nuestros remotos antepasados que vivieron y evolucionaron en ecosistemas sin arbolado, instauraron la supeditación de los intereses individuales a la voluntad colectiva del grupo, que era expresada por sus líderes y transmitida por tradición cultural. Quizás era la única posibilidad de que monos bípedos de poco más de un metro de altura sobrevivieran cazando y carroñeando entre hienas y leones. El otro sector, que en principio vivió disperso en redes de grupos pequeños y ocupó paisajes más forestales, no tuvo que llevar a cabo tantas renuncias y delegaciones, y pudo vivir según otra forma de sociabilidad que se desarrolló como extensión y expresión directa de los intereses individuales. A esta segunda tendencia se sumaron las fuerzas desplegadas por la irrupción de la sexualidad no reproductiva y sus consecuencias: El ascenso del poder femenino, la dispersión de los grandes colectivos en grupos pequeños y redes de parentesco matrilineal, y el espectacular incremento de talla y de la masa cerebral, que nos configuraron definitivamente como especie evolutiva. Con ello quedó definida la posición de las corrientes culturales humanas dentro de la polaridad ecológica R-K: Hay una humanidad forestal y ribereña, familiar, comunal y sexual, que se socializa dando forma a la voluntad básica del individuo sin apenas distorsionarla, y otra que ha de anular en la medida de lo posible las pulsiones individuales, para sustituirlas por la sumisión al grupo mediante un complejo juego de premios y castigos. Ésta última se configuró en praderas, estepas y desiertos, pero no se ha quedado confinada en ecosistemas de este tipo: Los ha extendido a costa de desbaratar a fuego y labranza otros más desarrollados, y crear así problemas y necesidades que la hagan obligatoria como solución y opción única. Además, con tal de extenderse y mantenerse a contracorriente, ha desarrollado estrategias para destruir los ingredientes culturales propios del campo contrario: Así que condena y censura toda forma de comportamiento de base egoísta; por muy consecuente, responsable, solidario y eficaz que éste pudiera llegar a ser; y trata de culpabilizar todo ejercicio sexual que no tenga una función directa y exclusivamente reproductiva, salvo los productos culturales de erotismo explícito o sublimado, que sus propios núcleos de poder venden como consolación y reclamo publicitario.

 

En la civilización industrial, el carbón, el petróleo, el gas y el uranio, juegan el mismo papel socioeconómico que el jabalí, mono o antílope abatido por la aristocracia masculina de una banda de chimpancés. De modo parecido a como debió suceder con los pequeños humanos de pradera, de hace dos o tres millones de años, quienes ni pueden ni deben participar en la cacería han de agolparse alrededor de la élite de los afortunados, hacerles la pelota y cumplir bien sus instrucciones, órdenes y caprichos para obtener así el pedazo correspondiente. La perspectiva de que crezca la selva; con sus dones gratuitos de fruta y caza menor; de que cada cual se haga cuentas de intereses propios, de que haya que tragar con ellos para convencerle de algo, y de que las hembras impongan opciones dispersivas y reorganizadoras mediante una irresistible política de piernas abiertas; representan el horror más absoluto para cualquier campo cultural R que se precie o se desprecie. Una gran coalición entre corporaciones económicas e iglesias; representando respectivamente las necesidades actuales de campo R y la experiencia estratégica acumulada; va a enfrentarse guardando cada vez menos las formas con toda función emergente de campo K que no esté suficientemente protegida. Sus iras se focalizan ya hacia el estado, en la medida en que éste se transmuta; o pueda transmutarse; en autoridad social organizada y expresión de intereses colectivos. También contra la ciencia; por lo que tiene de clarificadora de percepciones y destructora de sandeces; y contra las redes telemáticas; que empiezan ya a convertirse en canales de asamblea permanente. Pero ni el campo R de hoy en día ni sus acérrimos partidarios pueden barrer de un plumazo estados, ciencias y redes: Mal que les pese los necesitan y, de momento, no pueden vivir sin ellos...

 

¿QUÉ HACER?

Nuestros intereses básicos como individuos, como grupos y como especie son, en todo caso, el motor primario de nuestras actuaciones. Pueden estar más o menos tergiversados, retorcidos o desvirtuados, pero siempre aportan la voluntad que nos mueve en cualquiera que sea la dirección. Como los otros animales, todo humano desea estar sano y a gusto, durar cuanto más mejor y que el entorno en que vive responda de la forma más clara y directa a estas dos voluntades, lo cual requiere un mayor o menor esfuerzo de gestión. A fuerza de condicionamientos y adoctrinamientos malintencionados se puede conseguir que alguien se dedique a ejecutar automáticamente patrones de comportamiento fijo, aún cuando eso implique actuar contra sus intereses, meterse en líos innecesarios o sacrificarse por el bien de la causa de turno. De esta forma se sigue expresando el código de banda heredado de los pequeños monos bípedos de la pradera, de los que en parte descendemos. Y de esta forma son fabricados problemas de todo tipo y se boicotea cualquier intento de solución eficaz... En algún momento de nuestra vida puede surgirnos la necesidad de barrer de un plumazo toda arquitectura demencial de comportamiento, que nos lleve a vivir en contra de nuestros propios intereses, a crearnos problemas innecesarios y a meternos en líos absurdos. Si decidimos hacerlo, si lo hacemos de hecho, y si alcanzamos el objetivo propuesto, nos quedaremos a solas con una serie de pulsiones profundas que compartimos con el resto de los humanos y con otros muchos animales: Querremos entonces que nuestro organismo esté bien estructurado y que funcione correctamente, poseer energía de sobra para emplearla en la acción o atesorarla según convenga, controlar y manejar información veraz, útil y convenientemente estructurada, disponer de un eficaz sistema defensivo para salir ilesos de cuantas agresiones microscópicas o macroscópicas hubiera que afrontar, tener de nuestra parte a cuanta más gente mejor, ejercer control; directo o indirecto, individual o colectivo; sobre la mayor cantidad posible de recursos y disfrutar de los placeres eróticos, que en nuestro caso; como sucede en bonobos, delfines y otros animales superiores; no están solo al servicio de la reproducción sino que además son canales de interacción sociocultural y, por efecto de uso recurrente, han llegado a ser necesarios para un correcto funcionamiento de nuestro organismo. Las religiones patriarcales y otras ideologías de campo R, insisten en explicarnos quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, cuestiones que, además de prestarse mucho a tergiversación, importan bien poco cuando nos interesa lo que nos interesa y estamos en lo que estamos. Por otra parte, desde la perspectiva de un realismo pragmático y coherente nos basta con saber lo que queremos y la forma de conseguirlo, es decir: Tener plenamente activada nuestra voluntad básica y poseer un conocimiento extenso, profundo y minucioso de nuestro entorno, a ser posible basado en datos validados científicamente.

Aun cuando sus fundamentos quedaron sentados ya en la Grecia Clásica, las ciencias experimentaron una fuerte regresión durante toda la Edad Media y no emergieron de nuevo hasta que el auge del comercio y de la industria volvieron a crear condiciones favorables. En su expansión y desarrollo las ciencias tropiezan con las creencias. Éstas son contenidos que ni están comprobados ni aspiran a estarlo, enraizan en poderosas pulsiones afectivas, y generan sistemas de valores autofundamentados, patrones fijos de comportamiento y actuaciones cuyos resultados resultan más o menos satisfactorios, en función de múltiples circunstancias entre las cuales hay siempre un alto porcentaje de azar. En su dinámica evolutiva los sistemas de creencias son regidos por mecanismos similares a los que describió Ch. Darwin para los organismos biológicos: Cuando un grupo humano adopta un sistema de creencias; o es poseido por él; se comportará de una determinada manera, más o menos consecuente. Según se comporte establecerá determinados patrones de estructuración y funcionamiento interno, y de relación con otros grupos humanos y con el entorno, que producen unos ciertos resultados. Si son exitosos, el grupo humano en cuestión proliferará, quizá influya en otros y el sistema de creencias en que se fundamenta durará y se extenderá... La ciencia acorta el camino: Mediante la experimentación, las reglas de la lógica y la construcción de modelos teóricos, crea sistemas de conocimientos fiables, a los que luego la técnica se encarga de dar aplicación práctica, y los resultados suelen apartarse poco de lo previsto. De este modo las creencias se ven amenazadas por algo parecido a una competencia desleal, y reaccionan protegiéndose y contraatacando, a la vez que se apoyan en según que logros técnicos para extender sus dominios.

Hay al menos tres niveles destacables en sistemas de creencias, que han de ser tenidos en cuenta a la hora de plantearse actuaciones encaminadas a la expansión y al predominio de las ciencias. El más profundo tiene que ver sobre todo con experiencias acumuladas y conclusiones espontáneas; que abarcan desde cuando éramos poco más inteligentes que los chimpancés actuales y carecíamos de un lenguaje elaborado; hasta situaciones más recientes; incluso de ahora mismo; ajenas al ejercicio del razonamiento y de la lógica. Mitos como el misticismo altruista, el fuego purificador o la fertilidad de la tierra pertenecen a esta categoría más básica. El segundo nivel contiene cuerpos doctrinales de amplia tradición y consenso que, según los casos, se han configurado como corrientes difusas y abiertas o han dado lugar a iglesias más o menos unificadas y organizadas. Normalmente el grado de fluidez y de jerarquización de una estructura humana que comparte creencias, está en correspondencia con el tipo de sociedad en que está inserto y en su encaje ecosistémico: Hay pocas similitudes entre una red de chamanes siberianos y un movimiento integrista musulmán, por poner las cosas en el extremo. El tercer nivel lo ocupan mitos recientes y actuales, en cuya fabricación se han utilizado datos sociológicos y métodos avanzados de diseño. El cine es una caja de resonancia de construcciones míticas de lo más variopinto, que van desde tergiversaciones históricas de alcance y envergadura; como casi toda la producción inspirada en el lejano oeste; hasta reflexiones filosóficas sobre el papel del engaño y la manipulación en las dinámicas sistémicas, como la trilogía de Matrix. La red de redes es otro soporte para ciencias y mitos, y tiene características propias: A través de ella, toda información, comidilla o pejiguera, se propaga como una gota de tinta en un vaso de agua y surte los efectos correspondientes. La voluntad de que centros de poder separado controlen los procesos de reajuste socioeconómico en la decadencia de la civilización petrolera, no puede encontrar soporte suficiente en las religiones tradicionales, que ya han hecho su papel en el pasado y están bastante desprestigiadas. A partir de ahora, la función de cuestionar y contradecir la ciencia, y de boicotear su divulgación, parece estar pasando a manos de diversas fábricas de jilipolleces que operan a través de Internet. Se trata de combinar bulos, disparates, maquillajes pseudocientíficos, actitudes contestatarias y teorías conspiranoicas, en productos atractivos y sugerentes. Luego éstos se propagan, confiando en que enraicen en múltiples colectivos críticos y con aspiraciones de cambio, que verán así gravemente mermadas sus capacidades.

Otras trabas para aplicar la ciencia a la resolución de problemas cara a un futuro sin petróleo vienen de la ciencia misma, de aquellas de sus áreas que son menos coherentes con sus propios fundamentos: La construcción del edificio científico ha sido y es un proceso de convergencia. Hace ya bastante tiempo, diversos investigadores se esforzaron en solitario o en pequeños equipos, generalmente desconectados entre sí, para entender y teorizar fenómenos de lo más diverso. Aunque en sus aspectos básicos el interés por el conocimiento era común a todos ellos, cada cual elegía un campo concreto, de alcance limitado; y se ponía a trabajar: Matemática, mecánica, electricidad, química, zoología, botánica, astronomía, geología y otras muchas disciplinas especializadas, se desarrollaron de forma autónoma durante un tiempo, y más adelante empezaron a interactuar y a trasvasarse tímidamente métodos, instrumentos, conceptos y conclusiones. Pero ya a principios de la civilización petrolera las cosas se habían complicado más de lo conveniente: Las ramas de la ciencia habían proliferado en extremo, cada una de ellas había desarrollado un léxico propio y entre todas habían acumulado un volumen apabullante de datos. Se hacía necesaria una nueva disciplina de carácter unificador y generalista que permitiera desarrollar visión de conjunto y, por ejemplo, hacer posible que algien coordinara satisfactoriamente amplios equipos de especialistas diversos, que obligados a ponerse de acuerdo de forma más directa, lo mismo podían acabar a tortazos... Una nueva rama de la biología; la ecología; había avanzado ya en este sentido: Al ocuparse de las interacciones de los organismos biológicos entre sí y con su entorno, tuvo que desarrollarse de través y tocar todo tipo de temas que hasta entonces eran terreno propio de otras muchas ciencias, desde la termodinámica hasta la socioeconomía. Más adelante entró en contacto con la cibernética, y de esta última hibridación salió la teoría de sistemas generales y quedó sentado un nuevo enfoque, al que se suele llamar paradigma ecológico o paradigma sistémico, que ha generado grandes entusiasmos y enconadas resistencias. A veces sus detractores son científicos bien intencionados, pero chapados a la antigua y muy testarudos, proclives a catalogar como flipada todo aquello que no consigan entender a la primera. Pero a otros niveles parece que resultara muy inquietante la divulgación de una herramienta de conocimiento, de crítica y de proyección, tan fiable y poderosa como la que nos ocupa... Algo parecido ocurre cuando la ciencia mira hacia corrientes culturales que no se fundamentan en el método científico. Sin duda es labor necesaria desbaratar mitos absurdos y liberar a la gente del oscurantismo y la superstición, pero no hay que subestimar lo que por acierto y error, y de forma acumulativa, puede llegar a aprenderse: Aún cuando no conozcan el método científico y apoyen sus conclusiones en suposiciones fantásticas, las tribus selváticas aprovechan gran número de plantas medicinales con preciso acierto, y luego la ciencia puede identificar los principios activos correspondientes, describir sus mecanismos de actuación y utilizarlos. Es solo un ejemplo entre muchos que se pueden poner... Hubo un tiempo en que la ciencia aún no había investigado y descrito los mecanismos de muchos procesos que ahora ya están explicados, y sin embargo dichos procesos se daban tanto entonces como ahora. Existe la tendencia en ciertos medios científicos a negar que exista realmente todo fenómeno que no pueda ser explicado mediante la ciencia. Quizás en muchos casos no haya tales fenómenos y estemos hablando de percepciones ilusorias, pero también es posible que la ciencia no esté aún en condiciones de entrar en según qué temas. Hace falta prudencia frente a la fantasía desbocada, pero también respecto a la cerrazón extrema. Como ocurre a propósito del paradigma sistémico, ésta última se puede basar tanto en testarudeces bien intencionadas, como en otras motivaciones menos confesables.

 

Las instituciones políticas de la civilización petrolera han tenido un funcionamiento más representativo que participativo. Mientras hubo abundancia de recursos, empleo y bienes de consumo para todos, solo una minoría más o menos amplia cuestionó este asunto, pero una vez que la grave inflación de 2.008 y el posterior y consiguiente revés financiero, han dado al traste con las ilusiones de haber alcanzado un bienestar eterno, cada vez hay más gente que quiere participar activamente en las decisiones políticas, arrecian las movilizaciones y proliferan movimientos críticos de corte asambleario. Dado que la economía no va a mejorar mientras no haya un cambio profundo y extenso del sistema productivo, es previsible que todo esto vaya a más, y estemos ante el ascenso de un nuevo sujeto sociopolítico con un importante papel que jugar en la transición hacia un futuro sin petróleo que cumpla con ciertos mínimos. La maduración ideológica, programática y estratégica de la nueva movilización contestataria conducirá sin duda a cambios políticos con alcance y contenido que están aún por ver, pero cuyas líneas generales van bastante predeterminadas por la propia dinámica del sistema socioeconómico. Así por ejemplo, las demandas de una mayor participación, podrían traducirse en reformas electorales e incluso en la articulación de nuevos mecanismos de consulta y decisión, más democráticos y posiblemente con las redes telemáticas como vehículo. Un recorte más o menos significativo de los privilegios de la clase política también es previsible en el marco de un estado menos despilfarrador, más eficaz y más barato, como resultado de movilizaciones más intensas y extensas que las habidas hasta ahora pero con el mismo contenido. Por el contrario el mantenimiento en los niveles actuales en los servicios públicos y, más aún, una nueva oleada de intervención del estado en materia económica, va a chocar con graves obstáculos y antes de ponerse en marcha requrirá de una profunda clarificación ideológica no solo entre quienes se movilizan, si no también en amplios sectores sociales bastante más pasivos. Desde la década de los setenta, los centros de poder separado; fundamentalmente grandes corporaciones económicas y jerarquías eclesiásticas; no ahorran presupuesto a la hora de hacer propaganda por la libertad; entiéndase de culto y de mercado de forma casi exclusiva; y contra el estado interventivo, al que demonizan echando mano de argumentos tan repetitivos como faltos de consistencia. Esa propaganda ha calado y solo puede ser contrarrestada por la fuerza de los hechos: Será necesario que la situación empeore notablemente antes de que la gente comprenda que ni los grandes poderes financieros van a poner orden en el desbarajuste al que ellos mismos han contribuido, ni la mano oculta del dios de moda es capaz de llevar por buen camino las dinámicas de un mercado con absoluta libertad de maniobra. Como sucedió en otros momentos, podría corresponder al estado entrar de lleno en la economía productiva para así realimentar sus ingresos y los servicios que presta. Y si lo hiciera, necesariamente tendría que ser apostando por la innovación y por una nueva revolución tecnológica, aunque para eso quizás alguien tenga que sentar precedente desde fuera y a pequeña escala... Las líneas maestras de la nueva economía, ya no pasan por lanzar sucesivas generaciones de ordenadores personales, teléfonos móviles o juguetes electrónicos diversos. Se tratará más bien de que, como mínimo, la gente que actualmente come todos los días, lo siga haciendo por tiempo indefinido.

Tanto como si consiguen que sus demandas sean atendidas como si no, quienes se movilizan pidiendo cambios en el sistema político, tienen otros posibles ámbitos de actuación, alternativos o complementarios, desde los que pueden hacer que las cosas mejoren. Las iniciativas individuales, microgrupales o de organización para poner en marcha proyectos productivos autónomos y eficientes, va a cobrar cada vez más importancia, a medida que el encarecimiento de la energía vaya desgastando la economía industrial y abriendo nicho competitivo a este otro tipo de opciones. La nueva oleada contestataria apenas está saliendo del estado embrionario en el que ha pemanecido desde finales de los noventa. Aún es muy pronto para saber si va a producir un movimiento comunero similar al de los años setenta, y en caso de que así sea, no hay forma de prever en qué aspectos se parecerían y se diferenciarían el uno del otro. Las motivaciones que llevaron entonces a experimentar nuevas maneras de vivir tuvieron una fuerte componente ética y estética, y de al menos una cosa podemos estar seguros: Las iniciativas que la gente ponga en marcha para abrirse camino hacia una economía productiva sin petróleo, van a ir cada vez más forzadas por la necesidad. También hay altas probabilidades de que cada vez menos gente se quede cruzada de brazos esperando a que las grandes corporaciones económicas; o los políticos al estilo que vienen estando de moda estas últimas décadas, que tanto da; les resuelvan los problemas. Y más aún: Cada vez van a ser más quienes vean que para que las cosas se hagan a su gusto tienen que hacerlas personalmente, por iniciativa propia y con la menor intervención posible de poderes separados. Sin duda todo esto dará frutos, pero podría no ser suficiente... Por sus características, la revolución tecnoecológica no parece muy adecuada para ser manejada desde las grandes corporaciones agroalimentarias. La agricultura industrializada encaja mejor en sus patrones de organización y apropiación, pero esta relación dista mucho de ser matrimonio indivisible. Si la gente no se pone pronto a montarse microsistemas que funcionen, dejará este nicho económico vacío y; más o menos a gusto, retorciéndose estructuralmente menos o más; los especuladores agroalimentarios de ahora y de siempre, se adueñarán de la ingeniería ecosistémica y seguirán ejerciendo como tales también el futuro... Y la gente tendrá que seguir bailando al ritmo que ellos marquen.

La plena democratización del estado lo convierte de hecho en sociedad organizada. Esto no se consigue fiándolo todo a la representatividad y es necesario crear, desarrollar y, con el tiempo, institucionalizar mecanismos eficaces de participación. Desarrollar un sistema es implementar las piezas correspondientes, ponerlas en funcionamiento y ensamblarlas entre sí para que operen como conjunto. Con frecuencia da igual el orden en que se construyan y activen las diferentes estructuras y funciones. Las unas apoyan a las otras o las otras a las unas, dependiendo de cuales hayan entrado antes en escena. Desde esta perspectiva se entiende que no hay que esperar a que algo esté funcionando para obtener los resustados correspondientes. Estos resultados, obtenidos por medios pioneros; precarios y rudimentarios si se quiere; pueden actuar como motor para construir el mecanismo capaz de reproducirlos a gran escala y de forma más eficiente. Mediante microproyectos tecnoecológicos, la gente más capaz sienta un cierto número; mínimo eficaz; de precedentes. Y es como si al hacerlo hubieran tirado al campo la pelota con la que han de jugar la sociedad y las corporaciones, pero no solo ellas, también el estado y este; si somos capaces de impulsar el desmarque respecto a las fobias antiestatales; no circunscrito al papel de árbitro. Quienes humanitariamente o con otros intereses se ocupan de dar de comer a los hambrientos, empiezan a tener dificultades. Cada vez hay más hambrientos, y cada vez menos que darles de comer... La reconversión de grandes extensiones de campos labrados de secano, en sabanas tecnoecológicas, cumple una de las normas fundamentales de la permacultura; la que se conoce como principio multifunción: Todo elemento o estructura parcial debe asumir varias funciones importantes. Veamos: Produciría una amplia gama de alimentos, materias primas y productos energéticos, en abundancia y a bajo coste. Daría de comer a gente pobre, y a los políticos de viejo cuño brindaría oportunidad de lucimiento. Podría presentarse como proyecto económico, humanitario, medioambiental o; según conviniera; las tres cosas a la vez o dos de ellas en cualquiera de las combinaciones posibles. Entrando en canales de mercado, podría financiar instituciones públicas diversas y ayudarles a mantener los servicios que actualmente dan a la población. Y lo mejor de todo: Abriría proceso de innovación y lo haría por la fuerza de los hechos.

 

 

Comentarios

28.10 | 23:39

Me ha encantado , ya hablaremos cuando tengas tiempo

06.09 | 00:08

matrix agroganadero, jajaja, toda la razóm. La natura siempre se organi...

01.08 | 10:49

Hola Carmen soy Antonia, quisiera me metas en el grupo de whatsap...

12.10 | 07:31

Increíblemente interesante, voy a estudiarlo en detalle. Gracias.