Pues si por lxs líderes fuera, un concurso público de relatos y, a efectos de masa social, la rivalidad entre hinchadas bien definidas y delimitadas... Pero esto es sueño imposible y, bajo las
apariencias, hasta el elector más etno-folklórico de uno u otro signo, quiere oír propuestas de gestión: ¿Qué van a hacer para generar o mantener riqueza y ocupación? ¿Hasta qué punto estado y
hasta qué punto mercado? ¿Defensa numantina de la civilización petrolera o exploración de alternativas? ¿Patriarcado más o menos suave o empoderamiento femenino de alcance y calado? ¿Cuánto de centralización
y de autogobiernos territoriales en cada área de gestión? Como penúltimo recurso les queda traducir todo el debate de hechos, propuestas e intereses a términos simbólicos; con los consiguientes calentones emocionales; para
así seguir enredando las cosas en la medida de lo posible, y escapar a la dura responsabilidad de ayudar a resolver problemas... En realidad, la confrontación electoral está diseñada como simulacro ritualizado de la lucha por el
poder, y el sistema de partidos, todo él, es un mecanismo que la gente puede emplear para influir en las decisiones de los órganos institucionales, a condición de no creerse mucho ninguno de los cuentos en oferta... Otras cuestiones, más
cercanas e importantes, pueden ser decididas por y en las dinámicas de la sociedad civil. Y existe un último recurso que lxs políticxs pueden emplear para no quedar al margen de los procesos del mundo real: Tomarse la política y,
sobre todo las políticas concretas, en serio.
J. Ramón Rosell